Antes de empezar, advierto que este texto es del
2009, pero necesito compartirlo ahora, hoy, porque en pocos días se cumplirán
años de la ausencia del guerrero al que se lo dediqué.
Le quise, le adoré, le quiero a diario y no se me
ocurre mejor manera de llorarle.
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Viéndole avanzar, moverse, subir y bajar del coche, cualquiera se preguntaría si ese bastón en que se sostiene constantemente es realmente un apoyo o un engorro.
Su caminar es cada día más lento e inseguro. Cansado.
Anuladas las prisas por el tiempo, gastada la energía
por la propia vida, se sienta unos minutos en el banco a reponer fuerzas para
recorrer los metros que le separan del coche. No quiere que yo vaya a
recogerle, no quiere causar molestias, dice él. Y se hace el valiente y sigue
caminando.
En el fondo le conviene, así que se apoya de nuevo en
su bastón mágico y avanza despacito hasta el coche.
Conduce él, faltaría más. Una cosa es que le duela
todo el cuerpo al andar y otra que no pueda hacer treinta o cuarenta kilómetros
al volante. Y la verdad es que lo hace bien.
A su edad tiene aún unos reflejos increíbles y cuando
le veo adelantar en la autopista siempre le digo que conduce como Fernando
Alonso. "Mejor aún", responde sonriendo. "Sí, pero yo
aparco que te mueres", añado. Y me da la razón.
La broma siempre es la misma: él debería conducir por
carretera y llegados a destino, yo aparcaría. Soy capaz de meter el coche
en cualquier hueco, por minúsculo que sea. Somos un buen equipo.
Han sido seis meses de carretera contínua, de viajes
casi diarios al hospital, de pruebas, de visitas médicas, de tratamientos
largos y dolorosos, pero también de charlas, de complicidades…de compartirnos.
Hemos hablado de política, hemos seguido la Liga
exhaustivamente e incluso se ha puesto de mi parte cuando jugaba el
Barça; él que es colchonero desde que vió la luz en Madrid hace ya setenta
y cinco años.
Hemos comentado cada gol de la Selección, cada resto
de Nadal en Roland Garros y ahora andamos los dos pendientes de lo que hará el
chaval el domingo ante Federer.
A lo mejor estamos tan atentos a la final de Wimbledon
para no decirnos frente a frente que en realidad la final que nos preocupa es
la del encuentro papá-quirófano del martes ocho de julio. Del partido más
importante de su carrera de corredor vital. Del más importante de su
vida…y de la mía.
Así que una vez más formaremos equipo: tras tantos
meses de entrenamiento y puesta a punto, él hará su carrera, sorteará todos los
obstáculos, adelantará a todo lo que se mueva y yo intentaré que se sienta
seguro, respaldado.
Aparcaré como siempre: cuidadosamente, sin arañar la
chapa, por complicado que sea. La retaguardia, los mecánicos y los
boxes son cosa mía. Él tiene que seguir corriendo.
Y ríete tú de Fernando Alonso y de la escudería
de Renault.
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