Luego decís que me lo tomo todo a coña, pero es que el mundo me pone a huevo algunas situaciones que sería pecado mortal reservármelas.
Esta mañana, serían las once y algo, estaba yo de pie en la acera esperando a que algún conductor se diese cuenta de que esas rayas blancas pintadas en el suelo son para priorizar el cruce a los peatones.
En un momento dado, oigo unas voces directamente detrás de mí; casi, casi en mi hombro izquierdo. Eran dos voces de mujer; por el timbre, seguramente no demasiado jóvenes.
-Mujer, no te enfades que no es para tanto, me he despistado con la hora, pero llegamos igual.
-Despistado no, eso es de las tres cervezas que te llevas ya bebidas hoy.
-Hija, y qué quieres, con la calor que hace... ¿Qué iba a tomar? ¿Un café con leche?
Ahí ya me puede la curiosidad y me giro a mirar olvidando si los coches se detienen o no.
Las dos señoras: metro y medio cada una, regordetas, recién salidas de la pelu y divinas de la muerte, vestidos coloridos y veraniegos que ya ha dicho una que hacía mucho calor. ¿Edad? Pues así a ojo, entre 85 y 90, más lo segundo que lo primero.
Y ahora entiendo muchas cosas: yo, estresada, de mal humor mañanero, con los pelos como la Bruja Avería, vestida de oscuro y, ni de lejos tan divinísima como ellas. ¡Mañana desayuno cerveza!