– ¿Cómo te encuentras, niña?
– Bues do esdoy buy segura. Sigo
gon fiebre, no buedo respidad y me duelen la gadganta y la gabeza un montón.
– ¿Quieres que te traiga otro
café con leche?
– Sí, pod favod, un gafé
galentito y un pad de Gelogatiles. Y otro baguete de gleenex, bracias.
…
Anda, tómatelo e intenta dormir un poco más, es lo que te sentará mejor.
– Sí, bracias. Goer , qué gribazo
bás inobortuno.
———-Entra
música de Ennio Morricone———–
El pueblo vacío. En la calle principal sólos él y yo a
una distancia prudencial, observándonos, midiéndonos, poniéndonos a prueba…
Agazapadas tras las ventanas de una casa, mis débiles
defensas. Más abajo, su banda de virus oportunistas nos miran desde la puerta
del Saloon. No se atreven a salir ni unos ni otros, están asustados, esperan el
momento en que uno de los dos flaqueemos para hacerse fuertes.
– Te lo advertí, forastero. Te dije que nos veríamos
las caras tú y yo a solas. Lo has intentado, me has atacado de todas las formas
posibles, pero no podrás conmigo.
Las dos cajas de Gelocatil brillaban bien sujetas en
las cartucheras mientras avanzaba hacia él. El reflejo de mi vaso de leche cegó
sus ojos por un momento y pude verlo como realmente era: débil, mezquino y
sí…asustado.
– No, no te voy a matar, no soy como tú, no me ensaño
con los caídos ni ataco con antibióticos por la espalda. Vete, coge a tu
pandilla y déjame en paz. Mañana a estas horas estaré dando clase y ni tú
ni nadie podrá impedirlo. Pareció dudar y envalentonarse por un
momento.
Sin apartar mis ojos de los suyos, desenfundé las dos
cajas de Gelocatil en un rápido movimiento, no tuvo tiempo ni de pestañear. Le
encañonaba y sabía que le tenía a mi merced.
– Es tu última oportunidad: Vete, vete…¡Vete!
———————————————-
– Mami, mami ¿qué te pasa?
– Ein?
– Estabas dormida, gritabas en
sueños…decías: "vete, vete" ¿Es que te encuentras peor, mami?
– Bues, bues…no, guriosabente me
enguentro mucho mejor. ¿He dorbido bucho?
– Uff, mami, casi tres horas. La
verdad es que sí tienes mejor cara y… ¿a ver? Sí, parece que ya no tienes
fiebre.
———-Entra de
nuevo Ennio Morricone———–
El pueblo seguía tan solitario como unas horas antes,
arbustos secos rodaban por la avenida principal empujados por el viento cálido.
Ya nadie contemplaba el duelo desde sus casas, ya no ocurría nada interesante
en las calles.
Enfundé de nuevo mis cajas de Gelocatil tras grabarles
dos muescas más, me calé el sombrero hasta los ojos y me dirigí al Saloon en
busca de mi zumo de naranja. Me dije que me merecía un homenaje con
vitamina C.
The End
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