empedradas junto al puerto,
es sólo agua que cae
mísera, absurda, sin freno.
Ya no reflejan las gotas
la luz de cada farola,
convirtiendo en charol negro
los viejos tejados del pueblo.
Hoy ya no apaga mi sed
bebiéndola mientras me moja,
ni ofrezco la cara al cielo
para recibir su beso.
Ya no sé observar la lluvia
mirando a través de otros ojos,
ya no esconde la poesía
del vaho tras los cristales.
Sobre el bosque de paraguas
dejando un paisaje roto,
mísera, apresurada y fría,
ya sólo es agua que cae.
Paloma G.
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