viernes, enero 25

Chanel nº 5

Entre abrazos él le había preguntado por  su perfume. Ella olía a vainilla y un poco a sándalo pero le había contado que su perfume favorito era Chanel 5. Siempre le habían gustado los aromas con un toque clásico, voluptuoso, casi previsible: Chanel, Dior, Saint Laurent…pero su preferido siempre fue ése.
Se amaban, pero las circunstancias les obligaron a alejarse. Él la amaba, ella le amaba  y les costó separarse. Y cuando tuvieron que hacerlo no sabían exactamente durante cuanto tiempo, cuántos días, meses, eras, pasarían hasta volver a respirar el mismo aire, hasta que él volviese a rozarle el costado con un dedo y  arrancarle un leve gemido, hasta que ella volviese a perderse de nuevo en su pecho.
Cuando él se fue, ella lloró. La música atronaba su casa, no quería tener más sentidos despiertos que el oído, no quería ver, ni pensar, ni recordar, no quería hablar, no quería siquiera correr el riesgo de tocarse, de rozarse para no imaginar que eran de nuevo sus manos. Las de él.
Lloró diez minutos y empezó a pasar el resto de su vida. Quince minutos más, treinta y alguien llamó al timbre:
“Soy yo”, dijo su voz. Era él, volvía y traía algo entre sus manos, un paquete envuelto en papel de regalo.
“Tenía que hacerlo, así sabré que me llevas. Te quiero” y se fue de inmediato dejándola sorprendida, sonriendo y llorando a la vez que quitaba el envoltorio del paquete.
Era un frasco de perfume, de Chanel 5. Lo abrió de inmediato y puso unas gotas en su cuello y el frío líquido se volvió cálido en su piel, fue como sentir de nuevo los labios que la recorrían, los dedos que la dibujaban. Fue sentirle a él, fue llevarle, tal como él había dicho. Y le llevaría siempre.
Lo usaba a solas, se perfumaba para pensar en él, o quizá pensaba en él y recurría al perfume para tenerle de nuevo. Era privado, íntimo, era la ceremonia de abrir el frasco, aspirar el aroma,  mientras tomaba una gota en su dedo índice y la depositaba  en su cuello, iniciando el viaje por el costado hasta la cintura, aquel leve roce que aún le arrancaba un gemido.
La caricia que aún recuerda porque nunca debió ser la última.
Así fue cada día, mientras ambos se esperaban. Pero acabó.
Acabó como terminan las cosas que jamás debieron empezar: pronto y mal, de modo inesperado, injusto e impreciso. De modo erróneo.
Se amaban aún, se amaron mucho después y seguramente aún se amen. Es posible que así sea porque desde el final, ella nunca volvió a usar ese perfume para nadie, fue incapaz de compartir ese aroma con alguien que no fuese él.

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