¡Que te calles ya, joder!
Con un respingo, aparté los ojos del escaparate que estaba mirando para ver
quién había soltado semejante lindeza. Era un hombre de treinta y pocos, alto y
fuerte pero sin gracia. Empujaba una sillita de bebé en la que iba sentada una
niña de un par de años a lo sumo, y caminando junto a ella, sujetándola con su
manita morena, un niño un poco mayor, quizá tenía ya los cuatro años. El
exabrupto iba dirigido a él que hacía amago de echarse a llorar en cualquier
momento.
Siguieron caminando y yo detrás de ellos, a pocos metros. No oía sus
palabras, pero los gestos indicaban que el pequeño pedía algo a su padre y este
se lo negaba. Se deducía también que la escasa paciencia de aquel hombre estaba
a punto de desbordarse.
Y se desbordó.
Llegados a un semáforo, el niño rompió por fin a llorar y en ese instante
su padre le cogió por el brazo desde su altura, empezó a zarandearle
bruscamente y le soltó algo así como: “¡Que te calles ya de una puta
vez, joder, que te voy a partir la jodida cara como no te calles!”
A esas alturas lloraban los dos niños, el padre arrastraba literalmente de
la mano al pequeño, y al descubrirme mirando la escena atónita, me lanzó un par
de miradas de esas que dicen “¿Quieres guerra tú también?”. Giraron en la
primera esquina y les perdí de vista a los pocos metros. Ahí acaba la historia.
O empieza.
Hace tiempo un amigo me comentaba sobre las pruebas de
idoneidad que deben pasar los aspirantes a padres adoptivos. Viví esa historia
muy de cerca hace unos años con una amiga mía que, a pesar de buen empleo, buen
sueldo, buena educación y posición no reunía un requisito esencial para
adoptar: tener un marido (o pareja o lo que sea)
Y yo me pregunto: ¿Todas los miles de familias monoparentales (de grado o
por fuerza) han pasado un test de idoneidad? ¿Todos los padres que
en la calle zarandean y gritan a sus pequeños han pasado una prueba? ¿Alguno de
los que somos padres hemos pasado alguna vez un control que garantice que
vamos a saber ser buenos padres de nuestros hijos? ¿Hay un examen que asegure
que no nos equivocaremos?
Los hijos, propios o adoptivos (que viene a ser lo mismo) solo
necesitan una cosa: cariño. Nada más. El resto viene dado por la primera
premisa. No creo que mi amiga amase más a su futuro hijo adoptivo con marido
que sin él, ni que le cuidase más ni que le educase mejor, aunque faltase el
referente paterno.
Sí, ya sé que a priori se trata de dar al niño las mayores probabilidades
de bienestar. Se trata de garantizar un mínimo de factores que promuevan la
felicidad del niño. Garantía de la que carecen los hijos
biológicos. Garantía que no tienen el pequeño de mi historia y su hermana. La que no tienen los niños hijos de matrimonios que deben contemplar
peleas y discusiones y acaban convertidos en armas arrojadizas en manos de sus
padres. La que tampoco tienen los niños hijos de padres divorciados o alejados
por mil circunstancias.
Los niños necesitan cariño, respeto, cuidados prioritarios y dedicación. Si
hubiese una prueba que garantizase esa aportación, si hubiese un modo de
asegurarles eso, el resto vendría rodado. Y seguramente más de un padre o madre
biológicos suspenderían. El de aquella mañana seguro.
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