jueves, marzo 31

Entrar en bucle

Servidora de ustedes por la calle, de compras y pensando en mis cosas. De repente, una señora a la que, lo juro, no conozco de absolutamente nada, se me echa encima y me abraza con una sonrisa de oreja a oreja y:
-¡Nena! ¿Qué tal, guapa?  ¡Cuánto tiempo sin verte!
Yo pienso que sí, que efectivamente debe de hacer mucho tiempo porque ni puñetera idea, pero como que además de muy despistada, estoy muy bien educada, le sigo la corriente por si acaso.
-Pues ya ve usted, bien… de compras aprovechando el buen tiempo.
-¡Qué alegría me ha dado encontrarte!  Y tus padres, ¿qué tal están?
(Aquí ja me suena la alarma y empiezo a sospechar que, o me confunde con otra persona, o -efectivamente- hace mucho que no nos vemos, porque mi padre hace ya unos cuantos años que falta, pero, en fin, sigo)
-Bien, mi madre con sus cosas y…
-¿Y tu hijo?
-Hija
-No, el chico, tu hijo
-Es chica, tengo una hija.
-Emmm…mya, estooo  y ¿qué tal?
– Muy bien, estudiando con muy buenas notas.
-¿Y el chico?
-Chica, es una chica.
-Pero también tenias un niño, ¿no?
-Niña, es una niña.
-Ah, claro, el otro debe ser ya mucho más mayor…
Y esto, señores,  es lo que en informática se conoce como entrar en bucle.

miércoles, marzo 30

Mi cueva


Hace calor. Un calor agobiante, asfixiante. Un calor que espesa el aire, lo hace sólido, tangible y con esa sensación casi claustrofóbica de que algo me rodea, me oprime… de que cuesta respirar porque cada bocanada que llega es menos fresca que la anterior y el recorrido del aire hasta los pulmones se hace más lento  y pesado.
Así y todo estoy aquí. En mi estudio no tengo aire acondicionado, en la zona común de la casa sí, pero he preferido acogerme al refugio que me ofrecen mis cuatro paredes atestadas de libros y sustraerme a la cantinela hipnótica del ventilador, más por oírlo que por el frescor que  me aporta.
Sí, hoy necesitaba refugio: mi espacio, mi rincón, estos pocos metros cuadrados que son auténticamente míos y que de un modo u otro son absolutamente yo.
Aquí descanso rodeada de todos mis amigos, esos que nunca fallan, esos que te siguen donde vayas: Los capitanes Aubrey, Achab y Alatriste, Harry Haller, Kurtz, Martín Marco, Justine, Aragorn… está también La Maga, Ignatius J. Really, D’Artagnan y Alicia muy cerca del Principito y de Peter Pan, Cyrano… y más allá, Vronsky, Sinclair, Werther… En fin, están todos ahí, dispuestos a acompañarme cuando les necesito, decididos a no permitir que me sienta sola.
A su lado, en una estantería distinta para que no se alteren con las luchas, los amoríos, las guerras y las batallas navales, descansan los poetas. Silenciosos, pero presentes por encima de todos los demás. Amados, respetados, venerados en algún caso.
Solo uno se ha atrevido a moverse de su sitio: Sobre la mesa, frente a mí, entre una foto de mi princesa y una placa de la Ruta 66, un audio libro de García Montero: una edición de su Antología Personal que llegó hasta mí cruzando varios cientos de kilómetros, hasta donde sabía que se le esperaba.
El calor va en aumento, pero ya apenas me molesta, empieza casi a confortarme, empiezo a sentirme abrazada, arropada.
Casi feliz.
Quizá porque estoy paseando y recreando mi mirada sobre los estantes que me son tan queridos, que guardan mi memoria junto a los miles de páginas atesoradas en ellos.
Esa memoria que es una amalgama de recuerdos, fetiches, regalos y homenajes: los retratos en azul que dibujó Saladino, el que dibujó mi princesa hace ya tanto, otro que adoro en el que vuelo sobre una escoba con una media sonrisa divertidísima; un mini tapiz indio que me trajeron desde Perú y que JAMÁS me gustó, pero que colgué frente a mi mesa y ahora sería incapaz de deshacerme de él; mi cubo de Rubik, siempre a medio hacer; mis plumas, alguna ya con una cierta edad y que dudo que escriban, pero tampoco saldrán nunca de su pequeño mueble de madera; más allá, y dentro de mi colección de rarezas, varias barajas de Tarot, algunas procedentes de sitios tan  dispares como Nueva York y Alemania; mi enorme bote de canicas (qué obsesión con las canicas, las esferas, las burbujas…) y detrás de mí, más accesibles, más cercanos, más míos, algunos de esos objetos que me hacen cruzar constantemente la frontera entre el frikismo y la nostalgia, entre el coleccionismo y la melancolía porque de todo ello rebosan: un frasco con arena del desierto; un busto de Groucho Marx; una figura totémica que llegó desde México; un Gort (mi Gort) que me mira atento a punto de descender de su nave espacial; una colección completa de figuras de plomo del juego de rol del Señor de los Anillos; los dados para los juegos… Y no he mencionado  aún a mis casi cincuenta brujas de todos los tamaños, formas y aspectos; ni mis espadas  de más de un metro de hoja que me cuestan una advertencia a todas las visitas, porque la tentación de tocarlas es enorme…y el peligro de cortarse también.
En fin, mil y un objetos de esos que una abuela con plumero eliminaría en un tris: "trastos inútiles que sólo cogen polvo".
Y sí, es posible que atraigan el polvo como un imán, pero bajo ese polvo reposa una pátina de historia. La historia de cada uno de ellos, de cómo llegaron hasta mí. De quien me los regaló: quien estaba en Alemania y recordando mi obsesión por los Ginkgos me compró una hoja de plata; qué personas fueron las que se fijaron en mi expresión al ver una foto minúscula en un libro y buscaron por todas partes una reproducción para enmarcármela o quien buscó un pisapapeles de cristal exactamente como yo lo quería.
Sí, acumulan polvo, pero ese polvo no tiene precio. Ese polvo invisible, microscópico, inevitable, polvo de estellas al fin, flota ahora movido por mi ventilador y roza suavemente los lomos de papel que ocultan a Antonio Gala, a Miguel Hernández, a Milán Kundera o a Jorge Wagensberg. Pasa después por sobre la figura del elfo Legolas y se posa en mi pluma de faisán, junto al tintero de color sepia y de ahí vuelve a levantar el vuelo caprichosamente hasta enredarse en mi pelo dejándome rastro y memoria de todos ellos. Acompañándome en esta noche calurosa y solitaria.
Ese Polvo de Hadas, mágico como aquel que Campanilla esparcía alegremente, puede hacerme volar. Y a mí, como a Juan Salvador Gaviota, volar me da la vida:

"¡Podremos ser libres! ¡Podremos aprender a volar!"
******
"Juan Salvador Gaviota pasó el resto de sus días solo, pero voló mucho más allá de los Lejanos Acantilados. Su único pesar no era su soledad, sino que las otras gaviotas se negasen a creer en la gloria que les esperaba al volar; que se negasen a abrir sus ojos y a ver."

                       (Juan Salvador Gaviota -Fragmentos- Richard Bachman) 


martes, marzo 29

A peine défigurée


Adieu tristesse.
Bonjour tristesse
Tu es inscrite dans les lignes du plafond.
Tu es inscrite dans les yeux que j’aime.
Tu n’es pas tout à fait la misère,
Car les lèvres les plus pauvres te dénoncent
Par un sourire.
Bonjour tristesse.
Amour des corps aimables,
Puissance de l’amour,
Dont l’amabilité surgit
Comme un monstre sans corps.
Tête désappointée
Tristesse beau visage.
        Paul ELUARD (1895-1955) – La vie immédiate

Mala gente

He andado muchos caminos, 
he abierto muchas veredas; 
he navegado en cien mares, 
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto 
caravanas de tristeza, 
soberbios y melancólicos 
borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño 
que miran, callan, y piensan 
que saben, porque no beben 
el vino de las tabernas.
Mala gente que camina 
y va apestando la tierra…
Y en todas partes he visto 
gentes que danzan o juegan, 
cuando pueden, y laboran 
sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio, 
preguntan a dónde llegan. 
Cuando caminan, cabalgan 
a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa 
ni aun en los días de fiesta. 
Donde hay vino, beben vino; 
donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven, 
laboran, pasan y sueñan, 
y en un día como tantos, 
descansan bajo la tierra.
Antonio Machado
Sucede simplemente que por algún motivo que no comprendo, a menudo los segundos viven ocultos, sin manifestarse en exceso  y tropiezo día a día, inevitablemente con los primeros. No sé si porque son más o porque hacen más ruido.
Estoy hasta el gorro de hipócritas, chismosos,  intransigentes, intolerantes, cizañeros,  difamadores, impostores, cotillas y murmuradores, pendencieros, canallas, crueles, infames, ruines, maliciosos, bellacos, depravados, alevosos, renegados, innobles, mezquinos, abyectos, inmorales, fanáticos, polemistas, descastados, falsos, sectarios, calumniadores,  mentirosos, ruines, traidores, interesados, farsantes, oportunistas, manipuladores, egoístas,  cobardes, tendenciosos, desalmados, pedantes, desagradecidos, cenutrios, arribistas, tramposos, desleales,  estúpidos, fariseos, impostores, buitres y carroñeros  de varias especies… gente que invariablemente es (cree que es) más alta, más rubia y tiene los ojos más azules que los demás; gentuza en general y en particular.
Y lo peor es que, citando a Edmund Burke, "Para que triunfe el mal, solo es necesario que los buenos no hagan nada" O sea, que además, me siento culpable.
Mal día, si señor.

domingo, marzo 27

Primavera

Dicen en la tele que ya es primavera en unos grandes almacenes de cuyo nombre por mucho que prefiera no acordarme, constantemente se hacen eco las vallas publicitarias.
También, aparte de la tele, lo dicen los calendarios y almanaques que, celosos de las tradiciones y de la cultura popular, nos amenizan el día a día con santorales, recordatorios, posiciones de la luna y alguna sentencia extraída del refranero.
Yo, que siempre he sido muy escéptica, me fío más del termómetro y de los posibles reflejos pilomotores de mi epidermis (o de la excitación de las glándulas sudoríparas en su caso) pero también permanezco atenta a mi instinto, a lo que perciben mis ojos, al olor del mar, al color del cielo aunque aparezca algo tapado…
Y hoy, junto a la playa, aspirando el intenso olor a sal y yodo y sintiendo -por fín- en la piel de los brazos la caricia de los 22 grados que ya empezaba a añorar, confirmo que sí, que afortunadamente para los que odiamos el frío: ¡Ya es primavera!

Voyage du silence

Voyage du silence
De mes mains à tes yeux
Et dans tes cheveux
Où des filles d’osier
S’adossent au soleil
Remuent les lèvres
Et laissent l’ombre à quatre feuilles
Gagner leur cœur chaud de sommeil.
                                                           Paul Éluard

En el puerto

Estaba en medio del puerto deportivo.
Había amanecido un día brillante y soleado, decidí acercarme al puerto a ver los veleros, quizá a hacer fotos, pero según llegaba, se fue abriendo un levante que helaba el alma.
Apenas podía sujetarme la chaqueta para no salir volando ambas, ella y yo, así que imposible sujetar la cámara con un mínimo de firmeza y desistí de mi primera idea de hacer fotos, no así del deseo de pasear por los muelles entre los cientos de barcos amarrados allí: pequeñas motoras, alguna menorquina, veleros de un palo o de dos, impresionantes yates, catamaranes de 15 metros.
Me siento bien allí, creo que tengo alma de sirena y por eso me acerco a los barcos. O quizá en otra vida fui pirata, o un simple grumete, o remero en galeras, o igual fui pescador en las Rías, no lo sé y además no tiene la menor importancia.
El caso es que no me habría importado quedarme allí toda la tarde, a pesar del fuerte viento que silbaba entre los palos, a pesar del ruido que hacían los cordajes y alguna bandera, a pesar del intenso frío que me calaba hasta los huesos. Pero el poco sentido común que me queda, ese del que dicen que es el más escaso de todos los sentidos, me hizo dar media vuelta y dirigirme al coche para regresar a casa.
Entonces la vi. Como dije antes estaba en medio del puerto, rodeada de barcos pero totalmente visible. Yo había mirado cien veces en esa dirección y se me había escapado, se había ocultado a mis ojos y al objetivo de la cámara, que suele ver más que yo. Pero ahora la veía. Parecía de otra época, de otro mundo entre tanta fibra de vidrio, tanta tecnología, tanto brillo en las superficies.
Y me la traje. La luz no le hace justicia, el día era gris, violento. El viento no conseguía levantar la calima que flotaba sobre los barcos, o quizá sí, quizá la mezclaba con millones de gotitas de agua que se levantaban del mar azotado. La cámara parecía tener vida propia y mi pelo se empeñaba en pasearse ante el objetivo una y otra vez, pero así  y todo la traje.


Hoy puede ser un gran día...

Hoy es  martes. Un día importantísimo en mi vida, seguramente. Preveo una serie de cosas que lo van a marcar, que lo van a convertir en una fecha inolvidable.
Se preguntarán ustedes qué cosas son esas (o a lo mejor no se lo preguntan, pero yo se lo cuento de todos modos, es lo bueno de tener el teclado bajo los dedos) 
Pues verán:
  • Ha sonado el despertador y el sol me ha sonreído desde la ventana, como dándome los buenos días (el hecho de que apenas pudiese abrir los ojos era meramente circunstancial)
  • En la ducha, el agua tenía la temperatura ideal, he pasado un buen rato dejando que empape mi pelo. Me sentía bien.
  • Cuando he ido a despertar a mi princesa, me ha recibido con una sonrisa capaz de alegrar el gesto del mismísimo Ebeneezer Scrooge.
  • Hemos desayunado juntas y NO se nos ha caído ni una vez el biscoote con mermelada siguiendo la fatídica Ley de Murphy (ustedes se reirán, pero no pasa día que no se rompa la maldita rebanada y me deje un estampado nuevo en el mantel)
  • Cuando he salido de casa, he conseguido recorrer mi trayecto habitual sin tener que acordarme de los familiares cercanos de ningún otro conductor, lo cual -créanme- tiene su mérito.
  • Luego el trabajo… bueno, ¿quién no tiene un día torcido en el trabajo? ¿y vamos a permitir que eso nos destroce todo el resto? Ni pensarlo, tengo muy claro que hoy va a ser un gran día y no habrá ordenador que me lo estropee.
  • He abierto el correo y tenía un par de mensajes: un amigo al que hace tiempo que no veo, pero que se ocupa siempre de que sepa que está ahí y una amiga que me envía un dibujito por que sí, porque le apetece. En el fondo ellos también están teniendo un buen día. Sin duda.
Ya ven, un día magnífico. ¿Vulgar?, puede… Es posible que lo sea. Es posible que a la vista de más de uno, no haya pasado nada, no se lea nada lo suficientemente especial como para que yo lo defina como un gran día, pero es que precisamente es eso.  Hay muy pocos momentos mágicos y ni siquiera tenemos tiempo para reconocerlos. Ayer le comentaba a un amigo que, en mi avidez por fotografiar los sitios que visito, posiblemente ni los disfrute. El resto de nuestros días no deja de ser eso mismo: prisa, inconsciencia, vértigo por hacer, decir, coger, y preparar. En el fondo para huir.
En resumen, yo hace tiempo que llegué a la conclusión de que, visto nuestro egoísmo, visto que lo tenemos todo y por duplicado, visto que abusamos de lo que deseamos, visto que somos intolerantes a la frustración, reacios al desánimo y en el fondo un pelín cobardes, ser felices es simplemente una cuestión de actitud, así que yo hoy he decidido tener un buen día y tomar conciencia de cada momento. 
Se lo recomiendo, de veras es buena terapia. Ah, y gratis. 

¿Educación?

Hoy voy a romper una lanza en favor de un colectivo que últimamente está recibiendo bofetadas ( figuradas y reales) desde todos los ángulos. Me refiero a los maestros/educadores/enseñantes/docentes/formadores (táchese la expresión que no esté de moda)
Dejo claro ante todo que NO soy maestra, por lo tanto, NO padezco de corporativismo. Lo que sí soy es madre y como tal me veo obligada a entonar un mea culpa en nombre de la mayoría de nosotros.
Todo viene a raíz de una conversación que oí tiempo atrás en una cafetería, mientras me tomaba mi cortadito. En la mesa de al lado se conversaba sobre las agresiones sufridas por un profesor a manos de un "angelito" de quince años y las sufridas por una niña de trece a manos de tres de sus compañeras, con el resultado de pierna rota. Se debatía en la mesa sobre las causas que llevan a nuestros vástagos a cometer semejantes barbaridades y entonces una de las parroquianas del local ha dicho LA FRASE: "Si es que no sé como les educan en la escuela".
En ese momento me ha dado un calambre en la mano que sujetaba la tacita del cortado y un poco más y me lo tiro por encima.
Vamos a ver, señora: ¿Cómo que "educar en la escuela"? ¿yY para que estamos usted y yo?  ¿Para tomar cortados mientras otros lidian con nuestros herederos?
Nuestros hijos, en Primaria,  van a la escuela 5 horas lectivas (en Catalunya, el resto que me rectifiquen, porque no estoy segura)
¿De verdad alguien pretende que, aparte de enseñarles Naturales, Sociales, Lengua Castellana, Lengua extranjera, la Lengua autonómica que proceda, Matemáticas, Religión (o lo que sea), Música, Educación Física y sacarles de paseo de vez en cuando, encima les eduquen y nos ahorren el trabajo?
Y si tienen que educarles, ¿De acuerdo con qué ideas? ¿Estaremos conformes después con esa educación -que digo yo que tendrá que ser en la hora del recreo- o nos quejaremos también de eso?
Señora, nuestra labor  y nuestro deber como padres es educarles, proporcionarles unos valores, un marco de convivencia, unos principios de actuación ante la vida. Los maestros nos ayudan en esa tarea unas horas al día, y completan esa educación con unos conocimientos que nosotros quizá no podemos darles, pero lo que no podemos hacer es soltar el niño a las nueve de la mañana en la puerta del cole y recogerlo a las cinco pretendiendo que, aparte de saber resolver raíces cuadradas, tenga clarísimos los principios de convivencia y sepa discernir entre lo que está bien y mal, y así nosotros, los papis, llegando a casa podamos sentarnos tranquilamente a pelar judías o ver el partido con un "calla niño, que no oigo" como todo tema de conversación con nuestro hijo.
Sí, sé que esto último está un poco sacado de quicio, pero en realidad es que estamos haciendo eso, descargar en la escuela toda la responsabilidad de la educación de nuestros hijos y pedir luego explicaciones de lo que falla.
Y lo peor del caso es que tampoco colaboramos con la escuela cuando son los centros los que toman la iniciativa: charlas informativas vacías, asambleas de padres con una cuarta parte de asistentes, asociaciones de padres que pueden hacer sus reuniones en una mesa de cafetería de tan escaso que es el número de ellos (Doy fe)
Cierto es que nuestro trabajo nos absorbe, que necesitamos un tiempo para nosotros, pero también lo necesitamos para nuestros hijos.  Lo necesitamos con ellos y para ellos. Para aprender a enseñarles, para saber valorar y como valorarles y para comprender que trabajaremos mejor en grupo: maestros y padres, en vez de atacarnos mutuamente y tirarnos la pelota de uno a otro tejado, mientras ellos -los niños- nos miran unos, y se pierden otros.
Quiero añadir un dato que me maravilla sobre la agresión que comentaba al principio. Mientras el chaval de 15 años agredía al profesor y le daba patada tras patada, su novia -otro angelito de la misma edad- lo grababa todo con el móvil con la sana y educada intención de venderlo a la prensa, pedían unos cien euros. Bien, aparte de los expedientes reguladores que procedan, la primera medida ha sido expulsar a la niña del centro. ¿Reacción de la mamá de la enanita? Poner el grito en el cielo y pedir explicaciones de por qué se expulsa a su hija. Si eso no ilustra lo que he expuesto más arriba, si eso no evidencia graves problemas educativos en esa familia, sobreprotección para unas cosas y dejadez para otras, es que realmente yo vivo en el error. Y así nos luce a todos el pelo.

Coses de nens

Tinc apuntades algunes anècdotes dels més de quinze anys que vaig fer classes d'informàtica a nens en diferents centres de la ciutat.  Us aniré presentant algunes. Sovint treballar amb nens és un esforç diari per aparentar bones formes mentre intentes aguantar-te el riure.

Això va succeir l'octubre del  2010  amb un parell de nens d'uns 7 o 8 anys.  
En un moment donat, em vaig dirigir a un d'ells que tenia una curiosa postura: mig tombat, el cap recolzat en un braç i teclejant dificultosament amb la mà restant. Li vaig comentar que no es tracta d'aprendre mecanografia, però almenys intentar dividir espaialment el teclat en dues parts i utilitzar les dues mans.
Quan els nens em varen preguntar per què, els vaig explicar que sempre fem servir les nostres dues mans encara que no sigui de manera equitativa.
Per exemple a taula: una mà el ganivet i a l'altra la forquilla, a l'escola: amb una mà subjecten el llapis i amb l'altra mantenen la llibreta al seu lloc; aprofitant que un d'ells estudia música, li vaig recordar la impossibilitat d'abastar les 8/8 d'un petit piano amb una sola mà, etc.etc.
En aquell moment, un d'ells  volent fer-se el graciós, em va dir: Doncs això no és veritat, perquè jo per fer pipí, m'aguanto la tita només amb l'esquerra, només faig servir una mà. 
Després de les rialletes inicials, un dels seus companys, visiblement interessat li va preguntar:
- De veritat t'aguantes la tita amb l'esquerra? és estrany, no?
- Sí, és que jo soc esquerrà, amb quina mà te l'agafes tu?
- Amb la dreta, és clar! Què complicat és això teu. I no et fa mal?
- No, per que jo ho faig tot amb l'esquerra.
- Però com t'obres la cremallera?
En aquest moment -havien passat tot just uns segons- vaig decidir que havia de canviar el motiu de la conversa, però és que he de reconèixer que estava tan fascinada pel desenvolupament del  tema com la resta dels seus companys que assistien al debat en rigorós silenci.
El que en realitat m'estava meravellant és la serietat amb què estaven -un i altre- abordant una cosa que els era complicada d'entendre. El que havia començat com una brometa, havia passat a ser un tema seriós. La incomprensió d'esquerrans i dretans de les seves motricitats i la complicació que representava per a tots dos la manera de dur a terme una tasca tan simple com fer un pipí.
Al cap d'un minut s'havia oblidat el tema i estàvem tots embrancats de nou en les nostres coses, però jo crec que és una d'aquelles anècdotes que recordaré sempre. 
Sobretot per l'immens esforç que em va suposar aguantar el riure.

Idoneidad

¡Que te calles ya, joder!
Con un respingo, aparté los ojos del escaparate que estaba mirando para ver quién había soltado semejante lindeza. Era un hombre de treinta y pocos, alto y fuerte pero sin gracia. Empujaba una sillita de bebé en la que iba sentada una niña de un par de años a lo sumo, y caminando junto a ella, sujetándola con su manita morena, un niño un poco mayor, quizá tenía ya los cuatro años. El exabrupto iba dirigido a él que hacía amago de echarse a llorar en cualquier momento.
Siguieron caminando y yo detrás de ellos, a pocos metros. No oía sus palabras, pero los gestos indicaban que el pequeño pedía algo a su padre y este se lo negaba. Se deducía también que la escasa paciencia de aquel hombre estaba a punto de desbordarse.
Y se desbordó. 
Llegados a un semáforo, el niño rompió por fin a llorar y en ese instante su padre le cogió por el brazo desde su altura, empezó a zarandearle bruscamente y le soltó algo así como: “¡Que te calles ya de una puta vez, joder, que te voy a partir la jodida cara como no te calles!”
A esas alturas lloraban los dos niños, el padre arrastraba literalmente de la mano al pequeño, y al descubrirme mirando la escena atónita, me lanzó un par de miradas de esas que dicen “¿Quieres guerra tú también?”. Giraron en la primera esquina y les perdí de vista a los pocos metros. Ahí acaba la historia.
O empieza. 
Hace tiempo un amigo me comentaba sobre las pruebas de idoneidad que deben pasar los aspirantes a padres adoptivos. Viví esa historia muy de cerca hace unos años con una amiga mía que, a pesar de buen empleo, buen sueldo, buena educación y posición no reunía un requisito esencial para adoptar: tener un marido (o pareja o lo que sea)
Y yo me pregunto: ¿Todas los miles de familias monoparentales (de grado o por fuerza)  han pasado un test de idoneidad? ¿Todos los padres que en la calle zarandean y gritan a sus pequeños han pasado una prueba? ¿Alguno de los que somos padres hemos pasado alguna vez un control que garantice que vamos a saber ser buenos padres de nuestros hijos? ¿Hay un examen que asegure que no nos equivocaremos?
Los hijos, propios o adoptivos (que viene a ser lo mismo) solo necesitan una cosa: cariño. Nada más. El resto viene dado por la primera premisa. No creo que mi amiga amase más a su futuro hijo adoptivo con marido que sin él, ni que le cuidase más ni que le educase mejor, aunque faltase el referente paterno.
Sí, ya sé que a priori se trata de dar al niño las mayores probabilidades de bienestar. Se trata de garantizar un mínimo de factores que promuevan la felicidad del niño. Garantía de la que carecen los hijos biológicos. Garantía que no tienen el pequeño de mi historia y su hermana. La que no tienen los niños hijos de matrimonios que deben contemplar peleas y discusiones y acaban convertidos en armas arrojadizas en manos de sus padres. La que tampoco tienen los niños hijos de padres divorciados o alejados por mil circunstancias.
Los niños necesitan cariño, respeto, cuidados prioritarios y dedicación. Si hubiese una prueba que garantizase esa aportación, si hubiese un modo de asegurarles eso, el resto vendría rodado. Y seguramente más de un padre o madre biológicos suspenderían. El de aquella mañana seguro.

No calen paraules


LAS RAZONES DEL VIAJERO
 (Luís García Montero)
 
Está solo. Para seguir camino 
se muestra despegado de las cosas. 
No lleva provisiones.
Cuando pasan los días 
y al final de la tarde piensa en lo sucedido, 
tan sólo le conmueve 
ese acierto imprevisto 
del que pudo vivir la propia vida 
en el seguro azar de su conciencia, 
así, naturalmente, sin deudas ni banderas.
Una vez dijo amor. 
Se poblaron sus labios de ceniza.
Dijo también mañana 
con los ojos negados al presente 
y sólo tuvo sombras que apretar en la mano, 
fantasmas como saldo, 
un camino de nubes.
Soledad, libertad, 
dos palabras que suelen apoyarse 
en los hombros heridos del viajero.
De todo se hace cargo, de nada se convence. 
Sus huellas tienen hoy la quemadura 
de los sueños vacíos.
No quiere renunciar. Para seguir camino 
acepta que la vida se refugie 
en una habitación que no es la suya. 
La luz se queda siempre detrás de una ventana. 
Al otro lado de la puerta 
suele escuchar los pasos de la noche.
Sabe que le resulta necesario 
aprender a vivir en otra edad, 
en otro amor, 
en otro tiempo.
Tiempo de habitaciones separadas.

Momentos y lugares

Dice Fito “Fitipaldi” Cabrales que “No hay mejor lugar que entre las nubes de tu pelo” y seguramente es verdad. 

Tengo que dar la razón a Einstein en cuanto a la relatividad de tiempo y espacio, sobre todo cuando entran factores tan íntimos como son los sentimientos, las percepciones, las vibraciones.
¿Cuál puede ser un buen lugar, un buen momento? Cada uno de nosotros guarda en los resquicios de su memoria muchos de esos instantes. A veces, en el momento en que suceden no se les da la importancia que tienen en realidad, pero luego la distancia los va revistiendo de una pátina dulce, agridulce incluso. Y se perciben detalles que en su momento no llamaron nuestra atención, pero que ahora nos sirven como el hilo de Ariadna, para tirar de ellos y lograr el cuadro completo de “aquella vez”. Unas veces es un sonido, una música, un olor, incluso una sensación táctil. Otras, el simple divagar por las fronteras del tiempo en una conversación sin mayor relevancia. Momentos, lugares… recuerdos en fin.
De pequeña, los domingos de invierno por la mañana, nadie tenía prisa en casa y nadie me regañaba si me hacía un poco la remolona en la cama, normalmente para seguir leyendo lo que había dejado a medias la noche antes. Se oía de lejos, al fondo del pasillo, a mi madre trasteando por la casa y cantando; siempre canta y su voz forma parte de la banda sonora de mi vida. Me gustaba acurrucarme entre las sábanas y mantas, sacando únicamente la nariz y los ojos lo justo para poder seguir leyendo mi libro, pero ocurría que siempre, absolutamente siempre me quedaba prendida de los rayos de sol que entraban por las rendijas de la persiana, esos que recogen todas y cada una de las motas de polvo del ambiente y las convierten en polvos de hada, brillantes, luminosos, en un haz continuo que yo me empeñaba en cortar interponiendo mi mano abierta y viendo como se descomponía en varios más. No había mejor lugar en el mundo en esos momentos, ni mejores momentos en el día en ese mismo lugar.
Cierro un segundo los ojos y huele a mar, tiene su mérito porque estoy sentada en mi estudio, en casa, a unos 10 Km. en línea recta de la costa, pero es otro de los artificios de la memoria para llevarme a otro “mejor lugar del mundo”. Y este sí, este lo ha sido durante años: mi refugio, mi rincón, aunque público y al aire libre. 
Es un pequeño faro, una baliza al final del espigón del puerto de la población donde he pasado casi todos los veranos de mi vida. Allí el olor a mar, a sal y a yodo es fortísimo. Sentada frente al mar, dando la espalda al mundo, el viento azota la cara y las olas salpican con fuerza al golpear las rocas del rompeolas.
Iba allí con cualquier excusa, a descansar tras un paseo en bicicleta, o acompañaba a mi padre en sus largas tardes de pesca o luego, ya de adolescente, me escondía del mundo y leía durante horas, hasta que ya no había luz casi, hasta que parecía parte del paisaje, un apéndice de las rocas.
Aún voy a mi faro, aún me siento en las rocas y miro el mar durante horas, y no hay mejor lugar que ese, en ningún otro las percepciones son tan fuertes, los sentidos están tan vivos. Huele el mar, suena el viento, las olas te humedecen, todo vibra.
Parece que no pueda haber mejores sitios que esos, ni mejores momentos que los que he vivido en la cama, de niña, en mi faro de adolescente.
Pero sí, sí los hay y son infinitos y están a flor de piel casi: no hay mejor lugar que un pecho sobre el que recostarse y respirar al compás tras la fatiga de los cuerpos, cuando se quiere detener el tiempo y solo se desea seguir así eternamente, respirando el mismo aire cálido, de los mismos labios que aún queman.
No hay mejor momento que cuando se comparte con un hijo esa intimidad en la que el resto del mundo queda fuera y que lo que importa está formado únicamente por ese ser que huele dulce, que se mueve indefenso entre los brazos, que abre unos ojos enormes y confiados, que es parte nuestra de modo inequívoco. Ese círculo cerrado que forman madre e hijo en el que uno depende de otro y viceversa, se alimentan mutuamente, viven de y por.
Cada uno de nosotros tiene sus momentos, sus lugares, docenas de ellos y me parece un sano ejercicio, abrir por un momento el baúl y sacarlos a la luz, sonreírles, vivirlos de nuevo o vivirlos por primera vez. Buscar ese mejor lugar.
Por eso no me extraña que Fito desee quedarse “en las nubes de tu pelo”.

Auguries of Innocence

To see a World in a Grain of Sand
And a Heaven in a Wild Flower,
Hold Infinity in the palm of your hand
And Eternity in an hour.
 
 Para ver el mundo en un grano de arena, 
Y el Cielo en una flor silvestre, 
Abarca el infinito en la palma de tu mano 
Y la eternidad en una hora.
William Blake
(1757-1827)  AUGURIOS DE INOCENCIA
      

Y Justine

Monsieur je suis devenue la solitude même. (Melissa)
Una ciudad es un mundo cuando amamos a uno de sus habitantes (Darley)
 
Justine, perfumada con su "Jamais de la vie",  da nombre a la primera novela de las cuatro que componen "El Cuarteto de Alejandría" , una mujer seductora, promíscua, y al igual que Alejandría -su ciudad y espejo- es "ni griega, ni siria, ni egipcia, sino un híbrido, una ensambladura" y  es a la vez víctima y verdugo en la narración. La ciudad y la mujer son complementarias: fascinantes, sensuales, egocéntricas, torturadas por su pasado y por su presente.
El auténtico protagonista de la novela y narrador de los hechos, Darley, será el único que perciba la verdad de la ciudad -viva, erótica, excitante-  y nos la narra a través de sus habitantes, de los personajes más atrayentes y de la mujer que ama, Justine, esposa de su amigo Nessim. Darley será el único que vea como la ciudad se posesiona de todos ellos y los utiliza. Incluso al autor, que se ve obligado a describirla como un personaje más, con toda su fuerza.
 
Justine enamoró a Darley, Darley me enamoró a mí
 
El cuarteto de Alejandría (fragmento)
" Y luego, en otoño, el aire seco y vibrante, cargado de áspera electricidad estática, que inflama el cuerpo bajo la ropa liviana. La carne despierta, siente los barrotes de su prisión. De noche una prostituta borracha camina por una calle obscura, sembrando los fragmentos de una canción como si fueran pétalos. "
 Al final de Justine se añade este  poema de Kavafis sobre Alejandría
 La Ciudad:
Me dices: Me marcharé
A otra tierra, a otro mar,
A una ciudad mucho más bella de lo que esta
pudo ser o anhelar…
Esta ciudad donde cada paso aprieta el nudo corredizo,
un corazón en un cuerpo enterrado y polvoriento.
¿Cuánto tiempo tendré que quedarme,
confinado en estos tristes arrabales
del pensamiento más vulgar? Dondequiera que mire
se alzan las negras ruinas de mi vida.
Cuántos años he pasado aquí
derrochando, tirando, sin beneficio alguno…
No hay tierra nueva, amigo, ni mar nuevo,
pues la ciudad te seguirá.
Por las mismas calles andarás interminablemente,
los mismos suburbios mentales van de la juventud a la vejez,
y en la misma casa acabarás lleno de canas…
La ciudad es una jaula.
No hay otro lugar, siempre el mismo
puerto terreno, y no hay barco
que te arranque a ti mismo. ¡Ah! ¿No comprendes
que al arruinar tu vida entera
en este sitio, la has malogrado
en cualquier parte del mundo?
 

La veritable mort és desertar

Tots tenim un repertori de cites, de frases "prestades" que hem anat atresorant i que tenen especial significat en el nostre context personal.
Algunes de les meves les vaig robar d'aquest home senzill, fràgil, íntim... amb vida i maneres de poeta, fort en la seva debilitat física. Autor d'algunes de les més belles lletres cantades per Lluís Llach i pintor de la poesia més natural i intensa que he llegit: Miquel Martí i Pol.
En un dels seus poemes diu aquesta frase: "la veritable mort és desertar" i sense permís l'he fet meva: La deserció, l'abandonament, la desídia, la por, la por, la covardia, són la veritable mort. Morts lentes, mandroses, constants en el seu avanç... i tristes.
No em resisteixo a afegir aquí aquest cant a la resistència.
  
De Capfoguer (Estimada Marta)

Molt més auster que mai, i més adust,
ara que bé podria aparentar
una actitud llunyana i displicent,
atès que els anys no compten per a mi
com per a l’altra gent, faig el que puc
-ben poca cosa- per mantenir tens
tot el cordam dels versos i el teixit
d’aquesta vida fonda i vehement
que em toca viure. 
No desistiré,
Ho faig per
  mi i ho faig, també, per tots.
Hi ha un cert espai i un molt incert destí,
destí i espai els omple cadascú.
La veritable mort és desertar.
Miquel Martí i Pol
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Hoy me falta un trocito

Una setmana després del tancament de la Llibrería Lara vaig escriure això. Encara l'enyoro, tot i que ja han passat, quants? Quinze anys? Més?

Esta mañana he salido con la intención de comprar un libro de poemas que pensaba regalar. Me he dirigido a mi librería de siempre, pero las  las persianas estaban bajadas. Como eso mismo ya lo viese hace quince días y me parece mucho tiempo de vacaciones para un negocio, he ido a preguntar a las tiendas de alrededor. Ya no son las que había antes, cuyos dueños las llevaban desde hacía años y que conocían todos los cotilleos del barrio, ahora hay establecimientos de marcas, de esos en que la arruga es bella o que llevan ositos en su logo. En esas tiendas nadie conoce ya al de la tienda de al lado y me ha costado un ratito averiguar que mi librería no estaba cerrada por vacaciones. Mi librería está simplemente CERRADA. Para siempre.
No recuerdo cuantos años hace que la visito, que paseo por ella. Puede que treinta, no estoy segura. Está (estaba) en el corazón de mi ciudad y un poco alejada de mi casa, pero así y todo yo siempre iba allí. De niña porque mi colegio estaba en esa zona y allí tenían todos los cómics que me gustaban; luego, de más mayor, allí compraba las revistas de música, los libros que me obligaban a leer en el instituto y los que elegía yo. Allí compré mi primera “Colmena”, mi primer “Señor de los Anillos”, mis primeros Mosqueteros, allí conocí a Neruda y a Baudelaire, y allí empecé, poco a poco, a pasar mucho tiempo.
Me gustaba esa tienda. No era la más grande, ni la más surtida, quizá. Hay otras librerías, pero allí me conocían, allí sabían dejarme tranquila, dejar que me quedase durante mucho tiempo con la cabeza levantada intentando leer los títulos de los libros de las estanterías de arriba, repasándolos todos, a veces de puntillas porque no llegaba, esperando que algún libro me “llamase", queriendo ver. Siempre he creído que nosotros no elegimos los libros que leemos, sino que son ellos quienes nos llaman. Es cierto que, a menudo se lleva una idea concreta, pero no suele ser mi caso, quizá porque disfruto con los descubrimientos.
Y allí, aquellas estanterías antiguas, tras aquellas puertas y escaparates de madera verde, antiguos, entrañables, estaban llenas de libros que esperaban que pasase por delante, que los mirase, que les preguntase uno por uno, y cuando alguno de ellos me llamaba, lo cogía, lo abría con cuidado y casi, casi lo acariciaba. Y a veces lo volvía a dejar en su sitio, insegura. Seguía mirando otros, y regresaba a él. Y nadie, nadie me decía nada. Al contrario, descubría en la mirada de la librera un leve gesto de complicidad. Y solo a veces, muy pocas veces, se atrevía a recomendarme otra cosa, sabiendo que acertaría. Ella sabía perfectamente qué me gustaba, qué libros podrían querer ser míos y cuáles querría yo llevarme a casa. Y si en alguna ocasión –a menudo, la verdad- mi familia o amigos decidían regalarme letras, sabían que allí encontrarían consejo y acierto.
Ahora supongo que en aquella esquina cualquier día aparecerá un escaparate modernísimo y de diseño, alguna marca hiperconocida asentará ahí su franquicia de diseño y se llenará de clientela de diseño atendida por dependientas de diseño. Todo muy bonito, y muy frío. Y muy de diseño también.
¿Y saben lo que más me apena? Que mi niña no tendrá una librería como esa. La había acostumbrado ya a acompañarme a mi librería, le gustaba. Los domingos de invierno era un paseo precioso, íbamos hasta allí por la mañana, mientras yo miraba libros, elegía revistas, hojeaba poemas y tomaba nota mental de los que iban a pasar a formar parte de mi lista de espera, ella se sentaba en el suelo, en la zona infantil, en silencio, sin alborotar, casi con reverencia. Y despacio los cogía y miraba uno por uno hasta que un libro, un cuento la llamaba también a ella. A veces salíamos de allí sin nada, otras veces cargadas de revistas de informática (cada loco con su tema) y un cuento de Les Tres Bessones, en otras ocasiones un libro/regalo para alguien, elegido cuidadosamente. Luego nos íbamos a tomar algo a alguna terraza y volvíamos a hojear varias veces nuestros tesoros, como viejos avaros de cuento de Dickens.
Yo reconozco que compro libros en mil sitios más, desde el Corte hasta las librerías de Internet pasando, claro está, por el resto de tiendas de mi ciudad, pero tengo -tenía- mi lugar de siempre, donde la finalidad no era únicamente comprar, donde había una Sra. Carmen que me conocía, donde la luz era exacta, donde no había hilos musicales ni avisos por altavoz, donde El Lobo Estepario es algo más que un código de barras. Yo lo he tenido y lo recordaré siempre, pero mi niña lo olvidará antes de haber  llegado a tenerlo, a hacer suyo un espacio así como lo hice yo. Y creo que también le faltará un trocito a su vida.

¿ Por qué le llamamos "amor" cuando quieren decir "escote"?

De esto hace ya unos años, puede que unos diez, pero hoy lo he recordado cuando he tenido una discusión en la terraza con un animalejo similar y en parecidas circunstancias (maldito escote)
En su momento, al contárselo a un par de amigos y ver sus respuestas, me llevó a darle vueltas a lo distintos que somos en realidad hombres y mujeres.
El caso es que fui con la familia a casa de unos amigos, en el campo. Viven cerca de un embalse, rodeados de montañas, flores, hierba… una maravilla.
Una maravilla para cualquiera que no sienta aversión a verse encerrada entre murallas de árboles, a pisar alfombras de hierbas que resbalan y hacen “crec” cuando pisas Dios sabe qué, aversión a todo ese montón de bichejos que constantemente trepan, saltan y revolotean por donde yo paso, en fin: la vida campestre que a mí me queda grande. Y es que de pequeña ni siquiera me gustaba Heidi.
Total, llegamos al “paraíso” y justo en el instante en que abrí la puerta del coche para salir, sentí un terrible dolor en el pecho derecho, un pinchazo que no supe a qué atribuir. Pensé quizá en un tirón, un mal gesto al abrir, así que salí y entré en la casa. Una vez allí el escozor era aún mayor, decidí mirar qué me pasaba y mira por dónde!: tenía dos enormes picotazos que se estaban convirtiendo ya en dos rojas y redondas ronchas del tamaño de monedas de 2 céntimos. Entonces es cuando mi princesa gritó: “¡¡mami, tienes un bicho en la espalda!!”. ¿Bicho?, Ja! Tenía a la madre de todas las avispas paseándose alegremente por mi hombro derecho después de haberme hecho una escabechina en el pecho. En el centro geográfico del pecho, no sé si me explico. Yo lo entiendo, quizá el pobre animalejo entró por la ventanilla que siempre llevo abierta, se enredó en mi ropa y al moverme yo para salir se sintió atacada, por lo que decidió defenderse. Quizá estaba mareada o asustada del paseo en coche, a lo mejor incluso la aplasté un poco sin querer, angelito. Sí, muy comprensible todo, pero me había dejado dos protuberancias que parecían volcanes. Y ardían igual, demonios.
Bien, todo quedó ahí, en lo doloroso, por un lado, y cómico por otro del hecho. Unos segundos más tarde , la avispa descansaba hecha hamburguesa  en el cielo de los insectos  o en el limbo o donde diantre sea que descansen esos malditos animales que me pregunto yo para qué fueron creados, y con qué fin, aparte del de amargar a los sufridos urbanitas como yo. Me fui a poner medio bote de After Bite y escozor aparte, seguí mi mañana tan tranquila.
Ahora voy al origen de la pregunta que titula este escrito. Por la tarde, se lo estuve comentando a dos amigos, un hombre y una mujer, por separado: “Mira, he estado en el bosque, me ha pasado esto, qué gracia,  jajaja”.
Respuesta inmediata de mi amiga: “Eso es que la avispa se ha enamorado de ti. Es un avispo enamorado, podrías escribir un cuento”
Respuesta inmediata de mi amigo: “Eso es que llevabas escote. ¡Y claro!”
O sea, tal como las mujeres perciben (o percibimos) las cosas, un acercamiento a mí aunque sea por parte de un insecto repugnante, es un acto de amor.
Tal como las perciben los hombres es una respuesta evidente a una provocación mía, un “tú te lo has buscado”. 
Y lo más gracioso es que si les hubiese contado una historia distinta, por ejemplo que he conocido a un hombre y que a la media hora me ha invitado  a cenar, o que el chaval del súper me ha hecho descuento, las respuestas habrían sido las mismas:
A-se ha enamorado
B-llevabas escote
Lo cierto es que ahora no me apetece sacar conclusiones, eso se lo voy a dejar a ustedes, pero sí me temo que se confirma una teoría que he manifestado más de una vez: los hombres y las mujeres pensamos con distintos órganos, y ninguno de ellos es el cerebro.