miércoles, 5 de agosto de 2020

Las pinzas de tender

Ella está a sus cosas, no se ha fijado en mi presencia ni sabe que la observo mientras tomo el sol.
Una a una va recogiendo las prendas de ropa que tiene colgadas en las cuerdas que cruzan su balcón de lado a lado: coge una pieza, la sacude bien, la dobla cuidadosamente, entra en la habitación, sale sin la prenda y elige otra. Una y otra vez, lentamente, durante un buen rato: toallas, jerseys, calcetines, hasta que ya no queda nada en el tendedero.
De pronto se queda muy quieta mirando al vacío. Observa el cielo, comprueba la cantidad de nubes y, como si tomase una decisión súbita, se agacha junto a la lavadora y vacía su contenido en un gran cesto de plástico.
Con el mismo ritmo pausado del principio, saca de la cesta la primera pieza: una sábana bajera. La sacude, la tiende cuidadosamente, repasa con las manos que no quede ni una arruga y, de un cestito que cuelga del tendedero, coge tres pinzas y las distribuye sobre la sábana tendida.
Inmediatamente le sigue una funda de almohada individual que, por el tono, deduzco que forma parte del conjunto. De nuevo la sacude una vez y otra, la extiende bien y coloca dos pinzas. Por último la funda del nórdico; le cuesta un poco más moverla. Es bastante más grande y también más pesada pero ella no tiene ninguna prisa. Realiza exactamente el mismo ritual que con las prendas anteriores sólo que esta vez se asegura y son cuatro y no tres las pinzas que sujetan la sábana.
A todo esto ha pasado mucho rato, yo empiezo a notar que el sol me quema en la nariz y en los hombros pero estoy fascinada contemplando a la mujer ocupándose de su colada de ese modo tan meticuloso, tan sosegado y, sinceramente, para mí exasperante, acostumbrada como estoy a hacer las cosas con una total falta de tiempo; en cualquier caso no puedo dejar de mirarla hasta que la veo dar un último repaso a la bajera, secarse las manos en la falda y entrar en la casa.
Me planteo que debería hacer lo mismo; apago el reproductor de música, me quito los auriculares y en ese instante la mujer vuelve a salir. Mira de nuevo al cielo, se dirige al cestito de las pinzas y pone una más en cada pieza de ropa antes de volver a entrar. Un segundo más tarde vuelve a salir y clava una pinza más en cada una de las dos prendas grandes.
Aquí hay que añadir que, aunque vivimos en tierra de vientos, hace un día absolutamente plano y calmado. No se mueve una hoja, nada, ni una leve brisa. Pero mi vecina no debe de pensar lo mismo porque al cabo de un momento vuelve a salir y añade dos pinzas más a la funda del nórdico que es la pieza más expuesta de las que ha tendido.
Y de nuevo, y para mi sorpresa, aparece en la terraza, vuelve a observar el cielo y –no lo adivinaríais nunca- añade un par de pinzas más a la funda del nórdico.
Doce, en total doce pinzas en una única prenda. Doce pinzas en una, diez más en las otras y más de media hora para realizar todo el proceso.
Esta mujer no lo sabe pero, desde hoy, tiene una nueva fan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Opina, me encantará leerte...