Se acerca el otoño
despacio, acechando suavemente tras las sombrillas de la playa y las maletas de
los turistas; no sabemos si anunciando su partida o invitando a que ésta se
decida a tener lugar.
El calendario tiene ya a punto sus nuevos colores sin importarle en
absoluto las recomendaciones que, en cuestión de moda, hace El Corte Inglés a
cada estación.
La playa sigue oliendo a
playa, esa mezcla de bronceador, sal, sudor y yodo pero será ya por muy poco tiempo.
Es curioso observarla día a día: la imagino como la moviola de un grifo que gotea. A cada jornada desaparece una toalla, una
tumbona, una sombrilla, una señora con gorrito de paja, un niño de cubo y pala… Y pronto, muy pronto habrán desaparecido
todos. Sólo quedarán los de siempre: esas abuelitas de trenza gris que se mojan los
pies en la orilla a diario, cuando bajan a comprar el pan. La rubia que corre a
las nueve de la mañana invariablemente, haga frío o calor. El joven que vive
con el tobillo permanentemente esposado a una tabla de fibra de vidrio y el
señor totalmente vestido y con el bajo de los pantalones remangados que pasea
con su perro por la arena.
Para todos
ellos la playa no es un lugar a donde ir en verano, es un espacio propio, un
hábitat tan natural como para los peces y las medusas que nadan unos metros más
allá o para las gaviotas que reinan ufanas tras reconquistar el territorio a
los humanos.
Según avanza el gris en
el cielo, la playa gana en belleza, se
desnuda y nos permite contemplar una piel más blanca. Más fría también, pero
infinitamente más sensual y apetecible que en los meses pasados, con un aroma -ahora
sí- puro e intenso que penetra hasta el rincón más profundo y provoca una
explosión sensorial.
Pronto, la abuela de la
trenza tendrá que dejar sus baños matutinos de pies y el señor del perro
empezará a pasear sobre el asfalto. El frío convertirá la orilla en un sendero
de cuchillas, el viento se intensificará y transformará la arena en un inmenso
látigo. Y volverán a cambiar los colores en el mar y la playa tendrá otra
belleza distinta pero igualmente infinita.
Se acerca el otoño, lenta
y cuidadosamente, como un ladrón que espera el momento adecuado para cometer su
delito. Pero se equivoca; esta vez le estoy esperando impaciente. Aquí, en la
playa.
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