Quizá porque, entre muchas otras cosas
que hacemos los inconstantes o los hiperactivos, soy cantante aficionada, me ocurre que,
así como otras personas se emocionan ante un rif de guitarra o los acordes de
un piano, a mí me erizan algunas voces. Me transportan, me producen una
profunda (y sana) envidia, me calan tan hondo que me cuesta
respirar.
Nunca he llorado viendo una película,
pero durante un estreno de La Traviata, fui la única de todo el teatro que no
pudo soltar el pañuelo, que tenía la piel de gallina desde el primer al tercer
acto, que hubiese dado las manos por saber expresar como lo estaba haciendo la
cantante que interpretaba a Violetta Valery.
Y no, no soy una purista, lo que me
llega es el sentimiento, no la perfección. Puedo temblar con Maria Callas, sí,
pero también con Janis Joplin, con Patti Smith, con Billie Holiday, con Whitney
Houston o con Aurora de Tahures Zurdos.
En fin, todo esto lo digo para que me
comprendan cuando les hable de Dinah Washington, bueno de Dinah no, de su voz.
Dinah, como tantas otras voces negras,
proviene de un coro religioso; era cantante y pianista de una iglesia
baptista en Chicago. Saltó de formación en formación y de sello en sello,
dejando en todos su huella hasta ser conocida como "la Reina del
Blues" y conseguir lo que nadie aún había logrado, que sus discos se
vendiesen fuera de los círculos raciales negros.
Murió como han muerto muchos:
como diría Justine -la de Durrell- en la batalla por "vivir algo que
valiese la pena vivir", ganaron los somníferos. Fue en la navidad del 63.
Dinah, Ella, Peggy Lee, Diana Krall,
la inolvidable Billie Holiday y tantas que no conozco, no recuerdo, o la
historia se ha tragado.
Hoy traigo
aquí su imagen y el sonido el vídeo de uno de sus temas más conocidos.
Una balada de sus últimos tiempos: Mad about the boy es Dinah, es su voz
pero también es su historia. Y es más cosas...
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