De todos es sabido que cada vez que un
niño abandona su infancia y deja de creer en las hadas, una de ellas muere de
inmediato.
Yo, como niña crecida, como eterna
Peter Pan en versión femenina y sobre todo como la bruja que siempre he sabido
que soy, no quiero ser cómplice de la desaparición de mis hermanas aladas y,
como defensa ante este mundo gris y de hormigón en el que los juguetes sólo
funcionan a pilas y las ilusiones se pagan con tarjeta visa, proclamo
abiertamente y con permiso de Wendy que:
¡Creo
en las hadas, yo creo, sí creo!
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