domingo, 3 de abril de 2016

Sucedió una noche

Eran ya pasadas las once y cuarto de la noche, acababa de salir de una reunión interminable y me dirigía a la calle buscando mi coche y sin tener demasiado claro dónde lo había aparcado la última vez. Como siempre.
Había llovido un poco, sólo las carrocerías estaban llenas de gotas, el calor había secado el suelo ya y el efecto era curioso. Daba la sensación de que la lluvia no se había decidido a caer del todo. Como si en el último momento, a medio metro del suelo hubiese cambiado de opinión.
La temperatura era fantástica, de verano,  y por primera vez en todo el día me sentí bien, casi tranquila, casi serena. Apenas me acordaba ya  del cansancio, del malestar, de la tristeza…
Decidí que casi me daba igual donde estaba mi coche. Ya lo encontraría, incluso me apetecía buscarlo tranquilamente, sin ninguna prisa, regodeandome en el silencio y en la luz de la luna llena que esa noche bañaba mi cielo azul.
Aunque  no solía hacerlo, y menos a esas horas, encendí un cigarrillo en un proceso más voluptuoso y placentero que necesario. Apenas fumaba en aquella época -ahora ya nada-  pero la noche se prestaba a esa relajación, a ese momento de laxitud.
Mi coche, ahí estaba.   Azul oscuro, azul noche. Lleno de gotitas que jugaban con el reflejo de la luna. 
Girar de la llave, contacto, automáticamente se conecta el equipo de música y Fito me cuenta y me canta. Dice -sí, lo sigue diciendo hoy- que está bien en su nube azul. Lo cierto es que yo también me sentía en una nube azul, pero ni siquiera a él le iba a  permitir quebrar la tranquilidad y el silencio de la noche. Apagué el lector de Cd’s y bajé las ventanillas haciéndome cómplice de la leve brisa que olía levemente a mar.
El camino hacia mi casa no es excesivamente largo, pero di un rodeo para disfrutar la sensación de conducir por la ciudad casi vacía, mía. Sólo mía.
Siempre he adorado conducir por ciudad, incluso en momentos de gran tráfico, no es algo que me ponga nerviosa, al contrario, me da tiempo a pensar, escucho música, canto. Disfruto recorriendo calles, mirando a la gente, contemplando los edificios, las señoras con los carritos de la compra, los niños cargados con sus enormes mochilas, las mamás empujando los cochecitos de bebés.
Y de noche… de noche me gusta aún más. Y ésa especialmente.
Recordaba vagamente que cuando llegase a casa debía redactar un par de correos de cierta urgencia, pero no pensaba en ellos más que como conceptos lejanos.  La noche no merecía ese tipo de  infidelidad.
Ya casi había llegado. No vivo en una calle, vivo en una placita no demasiado grande, con árboles  y con poco aparcamiento en la zona. Secretamente casi deseé no encontrar estacionamiento para tener excusa y seguir  dando vueltas a la manzana o al barrio; Pero sí, justo delante de mi edificio había un espacio. 
Salí del coche y antes de entrar en el portal me senté un par de minutos en uno de los bancos que, curiosamente, tampoco estaba mojado. ¿Cómo lo habría hecho la lluvia? ¿dónde estaba el truco?  
Sonriendo, le hice un guiño a la luna y le deseé buenas noches.
Entonces sí, cerré el portal y la noche se quedó fuera. Serena, cálida, silenciosa…
No sé qué sucedió al día siguiente, no lo recuerdo. Tampoco sé qué pasará mañana. No sé si algo cambió en ese momento o qué va a cambiar mañana en mi vida pero sé, sin ninguna duda, que  pagaría porque todas mis noches fuesen como aquella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Opina, me encantará leerte...