martes, noviembre 1

Noviembre



Al norte de tu sonrisa
donde la voz apenas llega
y la imagen es un deseo
que choca, ciego,
contra los ojos del alma
perdida en la fantasía
de la noche que, callada,
apuesta por los días de noviembre.
Pura esperanza,
armada con restos de naufragios.

Paloma G.
  

Dibujar un sueño

No es tan sencillo. 
Las imágenes que durante el sueño son tan nítidas, se empeñan en diluirse cuando abro los ojos, cuando la bruma se desvanece ante el acoso feroz de la luz que rompe la paz de mi dormitorio.
Un minuto antes he visto, he tocado, he sentido, he vivido... he volado, en fin. 
Y sin embargo, todas esas sensaciones se esconden al llegar el día, se convierten en un poso que sé que guardo en el fondo del baúl donde reposan las emociones, pero tan, tan en el fondo que me cuesta acceder a ellas. Pero están, duermen a la espera del momento en que el alma se asusta de tanto silencio, de tanto vacío y entonces acuden.
Y acuden tan nítidas, tan coloridas, tan táctiles, con tantos sonidos y aromas como la primera vez. Como cuando tuvieron que recluirse a prisa y corriendo porque el haz de luz les hirió. Como cuando volaban a un metro escaso de la superficie del mar. 
Empapándose.
Siempre me he preguntado sobre los procesos sensoriales que acompañan a los sueños: 
¿Por qué una caricia es más vívida entonces?  ¿Por qué deja más huella en la piel?  ¿Por qué recuerdo las gotas de agua en el pelo?  ¿Cómo es posible que note como caen si al despertar, bajo la lluvia apenas las percibo?  ¿Dónde queda eso tras el espantoso sonido del despertador, tras la cruel llamada que me separa del -a veces- único momento sereno del día?
Quiero seguir dibujando ese sueño, pintarlo de azul. Lo prometo.

Fuego



Y me amaneces
en el transitar de la piel
cada mañana.



lunes, octubre 24

Manifiesto

Señoras, señores...

Reivindico mi derecho a ser fea e imperfecta.
 
Me explico: parece ser que hay por ahí en alguna cadena de televisión de ésas que nos implantan basura bajo la piel, un programa dirigido a feos, imperfectos, mal acabados y errores de diseño en general. Es decir, el súmmum del premio televisivo, ya no sólo te llevas un coche, sino que entras hecho un adefesio y te convierten en Barbie o Ken así, en un plisplas.
Me a-co-jo-na (por si no se lee bien) darme cuenta de que estoy viviendo en una sociedad en la que la apariencia física es la clave de todo.
Esta sociedad en la que unos ojos pequeños, una nariz prominente, unos kilos de más o unos centímetros de menos te convierten automáticamente en un desecho humano, en un paria.
Es triste ver que los concursos van perdiendo fuelle y de los de habilidad e inteligencia o talento artístico se pasa poquito a poco a los programas de observación en jaula al más puro estilo hámster doméstico o , peor aún, a esta basura: "Señora, ¿no se gusta usted? participe y le ponemos las pechugas a la altura de la clavícula, verá como le sube la autoestima"
¡Qué asco! Qué asco me produce oir a crías de 12 o 13 años discutir sobre lo que han visto en el Cosmo o el Elle que compran sus madres, hablar sobre el "cuerpazo" que tiene la Kardashian o hacerse propósitos de no comer para no engordar. 
Son niñas acomplejadas desde ya, niñas esqueléticas que se ven gordas. Niñas con aparatos en los dientes para corregir defectos inexistentes, niñas que se gastan morteradas de dinero en hacerse planchados japoneses en el pelo, niñas que se ponen a dietas radicales. Niñas que están recibiendo la asquerosa educación que les estamos dando entre todos, en la que si no eres Mila Kunis, Zendaya o Margot Robbie  debes pagar para que, a golpe de bisturí, te conviertan en una de ellas.
Esas mismas niñas que cuando tengan 16 o 18 años pasarán a engrosar las estadísticas que las convierten poco a poco en carne de cañón de las clínicas estéticas. Las mismas que piden a sus padres (y lo consiguen, ¡leches!) como regalo de cumpleaños un retoque en la nariz, una liposucción  o un aumento de pecho. Las mismas que acaban a los 17 años internadas en centros para superar la anorexia que ellas no han podido evitar y sus padres han sido incapaces de detectar.
Y digo yo, ¿para cuando una cirugía cerebral , empezando por los papás, que nos cambie los valores y enseñe a esos críos a aceptarse a sí mismos? Yo puedo llegar a entender que afecte un defecto físico grave, me cuesta pero puedo entender un complejo extremo, pero no concibo esa intolerancia a la frustración.
No entiendo siquiera esa "normalización" que nos convierte a todas las mujeres en ejemplares de 1.70, 50 Kgs de peso, media melena con mechas rubias y nariz respingona. 
No entiendo esa ausencia de personalidad ni criterio. 
No entiendo que nadie nos/les enseñe a apreciar todas las bellezas.
Pero sobre todo, sobre todo lo que no entiendo es cómo estamos fallando tanto todos. Nadie va a enseñar a esos adolescentes a luchar, a vencer problemas, a ser buenas personas, a ser tolerantes y comprensivos.
En lugar de eso, el mensaje que reciben es que sólo vale la perfección. Si no la tienes deprímete, sé un paria o muérete y si tienes la suerte de poder pagártelo, vé a que te arreglen, así de fácil. Todo el mundo te querrá, tendrás mejores trabajos y  triunfarás en la vida y olé.  Sé supermodelo a golpe de talonario y desprecia al resto. ¡Con un par!
En fin señores que, visto lo visto repito la esencia del mensaje:
Me importa un pito que cuando las empresas piden "buena presencia" no se refieran a mí.
Me afecta más bien tirando a poco no tener la nariz respingona y estar pintada de pecas.
No me quita el sueño no llegar a ese 1.75 ideal
No me tiño de rubia porque no me da la gana. 
Casi les he cogido cariño a todos y cada uno de los kilos que me sobran.
Me trae al pairo no poder ponerme la mayor parte de las aberraciones que se diseñan.
Comprendo y acepto que la fuerza de gravedad actúe libremente sobre mi cuerpo (si no fuese así, flotaría)
Y me encanta ser rara e imperfecta y reivindico mi derecho a seguir siéndolo y saber (creo) que he educado a mi hija en el conocimiento de todas las bellezas, que son muchas más que las que marca el Cosmo sin la interferencia de estúpidos programas de televisión que, mucho me temo, proliferarán como moscas.
Me da miedo. ¿A ustedes no?

Fahrenheit

He leído esto por enésima vez:
 
"Los años de Universidad se acortan, la disciplina se relaja, la Filosofía, la Historia y el lenguaje se abandonan, el idioma y su pronunciación son gradualmente descuidados. Por último, casi completamente ignorados. La vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer lo domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones, enchufar conmutadores, encajar tornillos y tuercas?"
 
Seguí leyendo…
 
"Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale solo uno. O, mejor aún, no le des ninguno. Haz que olvide una cosa llamada Guerra. Si el Gobierno es poco eficiente, excesivamente intelectual o aficionado a aumentar los impuestos, mejor es que sea todo eso que no que la gente se preocupe por ello. (…) Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado, o cuanto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima tantos "hechos" que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. 
Entonces tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse. Y serán felices porque los hechos de esta naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como Filosofía o Sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino se encuentra la melancolía"
 
 
Da que pensar, ¿verdad? parece una radiografía escalofriante de estos momentos. De ayer, de esta mañana…
Lo escribió Ray Bradbury en 1953 en su Fahrenheit 451 situada en un futuro que podría ser hoy. Y si no lo es, se le parece mucho.
Hay una serie de novelas de política-ficción que leo cada año: Fahrenheit 451, Un mundo Feliz, 1984… siempre empiezo por una y acabo leyéndolas todas. Y siempre me queda el mismo mal sabor de boca.
Y el mismo miedo.

domingo, octubre 23

Bruc

Nunca me han gustado los animales y especialmente a los perros les tengo un cierto reparo. Debería decir miedo, pero a mis años resulta un poco ridículo.  
En realidad no es que no me agraden, quizá es que me gustan tanto que no concibo la idea de tener un mastín del pirineo en un piso de 70 metros. o un guacamayo en una jaula en el comedor. No estoy segura de cuál es la razón concreta, pero el caso es que nunca he tenido demasiada confianza con la mayoría de animales que el resto de los humanos llama "de compañía", y esto a pesar de que en la casa de mis padres siempre hubo algún que otro bicho, aparte de la que suscribe, y conseguí vivir con ellos (y ahora ir a verles a menudo) sin tocar jamás ninguno de sus perros, gatos y pájaros.
Sin embargo, hoy me acordé de Bruc. El único perro en el que confié y del que nunca tuve miedo.
Bruc no era mío, ni de mis padres. Era un doberman precioso, propiedad de nuestros vecinos. Ellos, por esas casualidades de la vida, eran la cara opuesta: tenían varios gatos, dos doberman y una perrita de esas todas peluches que nunca sé a qué raza pertenecen y que no me gustan nada. Siempre digo que un perro tiene que parecer un perro, no un plumero, pero en fin, allá cada cual.
A lo que iba, en el jardín de la casa vecina a la nuestra se oía una constante algarabía de ladridos, maullidos y reniegos de la dueña y solo llegaba la paz cuando Bruc se ponía serio. La otra doberman era color castaño, pero Bruc tenía ese pelo negro por el lomo y pardo por los costados, brillante, corto y limpio de los buenos perros. Era de pura raza, hijo y nieto de campeones y campeón él mismo. Estaba adiestrado desde su nacimiento, siempre alerta, siempre atento y siempre fiel.
Por entonces, hace unos  veinte años de esto (quizá más) nuestras casas estaban casi, casi en el campo (ahora la urbanización es como todas: horrible) y los gatos de nuestra vecina desaparecían cada dos por tres, se iban a retozar al prado que teníamos enfrente. Yo estaba sentada en el jardín, leyendo y oía a  la vecina: "Bruc, tráelos", me levantaba y miraba por encima de la valla y veía a Bruc saltando como una gacela (nunca había visto eso en un perro) para localizar a los gatos entre la hierba y con cuidado infinito traerlos con la boca, como a sus crías. Y lo que es más increíble, los gatos se lo permitían. Los dejaba en el jardín, y se sentaba junto a la puerta, a vigilar que no escapasen de nuevo.
Bruc estaba siempre alerta, de todo, de todos, a todo. Recuerdo en otra ocasión, mi hermana era pequeña, mi madre y la vecina estaban charlando a las puertas de la casa, y mi hermana decidió cruzar la calle para vete a saber qué. El caso es que esa calle es la avenida principal de la urbanización y como es de imaginar, venía un coche. Mi hermana al verlo se asustó y tropezó, posiblemente el coche no la  habría atropellado porque circulaba a muy baja velocidad,  pero es que ella ni siquiera llegó a caer, no rozó el suelo; de no sé exactamente dónde, salió Bruc disparado, lanzado hacia ella, metió la cabeza bajo el cuerpo de Alicia y a la vez que la impedía caer, la apartaba del peligro. Fue todo inmediato. Fue más rápido él que los ojos de los que miraban.
Pero lo que más me gustaba de Bruc es que sabía que yo le temía y me respetaba, respetaba mi miedo, me protegía, como a todos,  pero a distancia.
Recuerdo que llegaba yo de madrugada, venía de bailar o del cine, y al girar la calle ya le veía de lejos. Creo que reconocía el sonido del motor de mi coche porque cuando doblaba la esquina él saltaba la valla de su casa y se quedaba en la puerta, atento.
Si yo estaba acompañada por mi chico, Bruc simplemente seguía ahí hasta que entraba en mi casa, como comprobando que todo estuviese bien;  pero si yo volvía sola, venía hacia mí y se mantenía a medio metro de mi cuerpo, nunca me tocó, pero no me dejaba sola. Esperaba a que yo abriese la puerta del jardín y luego a que entrase en la casa y mientras yo cerraba la puerta desde dentro le veía volverse tranquilamente a la suya. No me agobiaba, Bruc sabía perfectamente de mi temor, pero así y todo él vigilaba, sé perfectamente que nada me habría pasado con Bruc a mi lado.
Elegante, bello, prudente, jamás le vi mirar amenazadoramente a nadie, apenas ladraba. Tan inteligente. Le cogí tanto cariño... supongo que a pesar de todo él lo supo siempre.
Bruc murió poco después. Los perros buenos, como las personas buenas a veces tienen un final injusto y precipitado.  Le eché mucho de menos durante mucho tiempo, echaba de menos verlo correr por el prado, o cuando de repente se quedaba quieto, escuchando, o cuando miraba con aquella expresión de inteligencia que me cuesta encontrar a veces en más de un humano.
Hoy le he recordado porque he visto un perro idéntico a él. Durante estos años he visto docenas de dobermans, pero ninguno era Bruc. El de hoy sí, y me ha mirado y era su mirada, eran sus ojos, era inteligente. Y ¿saben? por primera vez en años no he dado un respingo cuando ha pasado a mi lado, como me sucede con todos los perros. No me he sentido incómoda porque he visto a Bruc, he sabido que era un buen perro como él.
Después de tanto tiempo hoy he recordado a un animal magnífico y me apetece contarlo.

Buitres

No lo entiendo, yo creo que deben ser como los buitres. O supongo que tienen un radar , algo de eso debe haber. Revolotean sobre la presa y ¡zas! en cuanto muere, se lanzan. 
A lo mejor es como lo que me pasa a mí con las pizzas, que las meto en el horno y sé cuando están a punto por el olor.
No sé, algo de eso debe haber porque hay una serie de personas que me maravillan con sus capacidades extrasensoriales. Me explicaré:
  • Caso 1- Vivo frente a una plaza en el centro de la ciudad, eso implica que hay bofetadas por un aparcamiento; pues miren ustedes: tengo una vecina que según enfilo la calle principal y veo a lo lejos una plaza libre, aparece ella no sé de dónde y aparca. Da igual las veces que saque el coche, siempre está ahí. Huele los huecos vacíos. Yo la imagino en la barandilla del balcón, fuertemente sujeta con las garras mientras mantiene el coche en doble fila y observando atenta la calle y las evoluciones de los demás vehículos. Cuando alguno hace amago de salir del aparcamiento, alza el vuelo y en círculos desciende hasta su coche. Para cuando el otro empieza a moverse, ella está ya en paralelo y con el intermitente puesto mientras yo, de lejos, me desespero sin dejar de sorprenderme una vez más.
  • Caso 2- Los vehículos de las funerarias. Suena macabro, pero es así. En esta zona los accidentes de tráfico son, por desgracia, terriblemente habituales y no resulta extraño toparse con alguno de vez en cuando; normalmente al pasar junto al lugar de los hechos me suelo encontrar con la ambulancia o el coche de los Mossos d'Esquadra, incluso algún helicóptero en casos graves. En otras ocasiones, ni siquiera eso, ha ocurrido hace muy poco y es el vehículo de emergencias médicas el que me adelanta a velocidad de vértigo dirigiéndose al accidente. Hasta ahí todo normal, pero, ¿por qué a veces tras la ambulancia aparece, no se sabe de dónde, el lúgubre furgón de alguna empresa de pompas fúnebres? ¿Cómo consiguen llegar a donde ha habido fallecidos antes incluso de que un equipo médico sepa que los hay? No, no exagero. Ya sé que parece que bromeo sobre un asunto serio, pero es que me resulta, cuando menos asombroso el hecho, aparte de ser de pésimo gusto. Se supone que deberían llegar al final, cuando ya no hay dudas, cuando un vehículo de atestados se ha hecho cargo del asunto. Pero no, llegan al principio y da la sensación de que esperan una presa. Resulta espeluznante.
  • Caso 3- En este caso sí que no tengo ninguna duda de que, o bien esperan agazapados como las hienas, o bien vuelan en círculos por las calles a la espera del incauto. En mi ciudad el aparcamiento es regulado por zona azul hasta en los campos de cultivo de las afueras. Aquí los conductores pagamos incluso cuando vamos andando, pero afortunadamente el horario es bastante cómodo, por lo que no se empieza a abonar la zona azul hasta las 10 de la mañana, es posible que  para ajustarse a los horarios de apertura comercial. Por el mismo motivo, los agentes que controlan los vehículos no empiezan su labor hasta esa hora.  El caso es que el otro día salí a hacer unos recados a las 8.30, convencida de que a las 10 habría terminado y estaría de vuelta en casa, así que -evidentemente- no puse ticket.  Bien, pues por jugarretas del destino (y porque en el banco delante de mí tenía a una señora haciendo TODAS las operaciones bancarias del mundo)  cuando conseguí llegar junto a mi coche eran ya las 10.07  ¡Aggh! multa, tenía multa. Vale, de acuerdo, yo llegué 7 minutos tarde pero ¿cómo llegó el agente hasta mi coche en tan poco tiempo? esa calle mide más de un kilómetro , y aunque haya un agente por acera (que no sé si lo hay) son cientos de coches a revisar, cientos de parabrisas en los que buscar el papelito, y cientos de papelitos en los que comprobar si la hora es la correcta. ¿Dónde estaba? ¿Tiene poderes extrasensoriales?  Por suerte puedes anular la multa pagando 8 eurines antes de una hora (o algo así, que no recuerdo)
En fin, yo sigo convencida de que todo esto tiene truco, estoy pensando seriamente en escribir al programa del señor Iker Jiménez aportándole datos para que inicie una investigación.  En todo caso, a estas horas la vecina me ha vuelto a pillar el aparcamiento.

El bueno, al final, se va con la rubia.

Sé que soy tozuda, muy tozuda, tremendamente tozuda, pero cuando tengo razón, la tengo.
Verán ustedes: tiempo atrás, en el blog de una conocida, se hicieron un par de comentarios sobre las películas basadas en novelas, se hablaba de una en concreto y se "desvelaba" el final de la novela, que la autora del blog estaba leyendo aún. Debido a eso salió a relucir la poca gracia que suele hacer que alguien cuente el final de una película. Lo de los spoilers y tal, vaya...
Charlando aparte días más tarde con unas amigas, salió el mismo tema casualmente y una de ellas me decía que es una costumbre espantosa la de contar los finales de las películas a quién no las ha visto aún y ella, muy enfadada decía: "Si sé como acaba una película NO VOY a verla jamás, nunca. Pierde toda la gracia"   
Entonces yo le contesté que exageraba un poco, que todos hemos visto películas cuyo final conocemos, le puse el ejemplo -a modo de broma- de Jesús de Nazareth o de La Pasión, películas en la que antes de entrar, todo el mundo sabe que el bueno muere al final y volvió a insistir en que ésa era, quizá, una excepción, que en realidad NADIE va a ver películas de las que se conoce el final de antemano.
Ay, ése NADIE, ¡como me escoció!  ¿Cómo que nadie? 
Sin ir más lejos, ¿qué pasa con el cine histórico?  Todos sabemos -más o menos- lo que pasó realmente, entonces ¿Todas estas películas qué? ¿Nadie fue a verlas?

Veamos primero las de griegos y romanos:
  • Troya (lo del caballo nos lo contaban en el cole, de pequeños, aunque sin el aderezo de Brad Pitt, Sean Bean, Orlando Bloom y Eric Bana, que le dan color a la cosa)
  • La caida del Imperio Romano
  • Los últimos días de Pompeya
  • Atila, Rey de los hunos
  • Alejandro Magno
  • Espartaco
  • Cleopatra
  • Ben Hur
 Ahora las basadas en la vida de Jesús: (De éstas no sólo sabemos el final -que el bueno muere- sino toda la trama...)
  • Rey de Reyes
  • El beso de Judas
  • La Túnica Sagrada
  • Barrabás
  • Jesucristo Superstar
  • La Historia más grande jamás contada
  • Evangelio según San Mateo
  • Los Diez Mandamientos
  • El Mesías
  • Jesús de Nazareth
  • La última tentación de Cristo
  • La Pasión
 Ahora las biográficas:
  • Teresa de Calcuta
  • Zapata: el sueño del héroe.
  • Aguirre: la cólera del dios.
  • Salvador Allende
  • Juana de Arco (dicen que al final la queman, pobre)
  • El Cid
  • Una mente maravillosa
  • Patton
  • Amadeus
  • Evita
  • Buffalo Hill
  • Los Borgia
  • Sanson y Dalila
  • Juana La Loca
  • Wyatt Earp
  • Shakespeare in love
  • Robin Hood
  • Camaron
  • Chaplin
  • El diario de Ana Frank
  • Gandhi
  • El Lute
  • Llamame Meter
  • Ray
  • Modigliani
Y unas cuantas más referentes a hechos históricos (por no abusar)
  • La Marsellesa
  • Exodo (Al final consiguen llegar a Israel)
  • Los primeros juegos Olímpicos
  • Pearl Harbour
  • Titanic (Y el barco se hunde!!!)
  • Apolo XIII
  • El hundimiento
  • El nacimiento de una nación
En fin, lo dicho, por no abusar, pero a ver...¿Hay alguien aquí que no haya visto NINGUNA de estas películas por que ya saben como  acaban?  Pues me hacen el favor y se lo dicen a mi amiga.
Gracias.

Como diría Mafalda...

Nunca antes (ni después)  un autor puso en boca de un niño tantas certezas, tanta reflexión y tanta crítica ácida y punzante. 
De niña a veces no entendía realmente el trasfondo que había tras los comentarios de Mafalda, Felipe, Susanita y los demás, pero creo que eso agudizaba ma percepción y me ayudaba a entender el mundo, a dejar de lado la visión simplista que nos rodea a menudo.
Mafalda cumplió 52 años el 29 de septiembre. Nacida en 1964 curiosamente como imagen de una marca de electrodomésticos,  pronto ella, sus padres, sus amigos y su tortuga Burocracia, se mudaron a uno de los principales periódicos argentinos y pasó por tres publicaciones más antes de que su papi, Quino, dejase de dibujar la tira cómica en 1973 y nos dejase un poco huérfanos tras sufrir los rigores de la censura. 
Desde entonces, Mafalda  ha recorrido el mundo (traducida a 30 idiomas) en forma de cómic propio, de película de animación e incluso de  juego para ordenador. 
Hoym Nafalda existe en eBook, tiene cuenta de Facebook, Twitter y Pinterest y, desde el 2012, sitio web oficial, así como aplicación para iPad. ¿Quién se lo iba a decir?
A lo mejor nos conviene, por un rato, releer a Mafalda. A lo mejor, habría que "educar" a la clase política en su lectura y no apetecería tanto  decir aquello de "paren el mundo que yo me apeo"
Un abrazo y mi agradecimiento personal a Quino ;)

 
  • Y, claro, el drama de ser presidente es que si uno se pone a resolver los problemas de estado no le queda tiempo para gobernar
  • No es que no haya bondad, lo que pasa es que está de incógnito
  • Cuando sea grande voy a trabajar de intérprete en la ONU y cuando un delegado le diga a otro que su país es un asco yo voy a traducir que su país es un encanto y, claro, nadie podrá pelearse ¡y se acabarán los líos y las guerras y el mundo estará a salvo!
  • Lo malo de los reportajes es que uno tiene que contestarle en el momento a un periodista todo lo que no supo contestarse a sí mismo en toda la vida... Y encima pretenden que uno quede como inteligente...
  • No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que pasaba era que los que estaban peor todavía no se habían dado cuenta...
  • Todos creemos en el país, lo que no se sabe es si a estas alturas el país cree en nosotros.
  • ¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno!
  • ¿No sería mas progresista preguntar donde vamos a seguir, en vez de dónde vamos a parar?
  • ¿No será acaso que ésta vida moderna está teniendo más de moderna que de vida?
  • ¿Y si en vez de planear tanto voláramos un poco más alto?
  • Dicen que el hombre es un animal de costumbres, mas bien de costumbre el hombre es un animal
  • Como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo Importante
  • ¿Y por qué habiendo mundos más evolucionados yo tenía que nacer en éste?
  • Cada Ministerio con su mini-histeria
  • ¿Y no será que en este mundo hay cada vez más gente y menos personas?
  • Amo a la humanidad, lo que me revienta es la gente. (Susanita)
  • ¿Y por qué justo a mí tenía que tocarme ser yo? (Felipe)
  • No dejes para mañana el tratar de encajarle a alguien lo que tienes que hacer hoy (Felipe)
  • ¿No es increíble todo lo que puede tened adentro un lápiz?  (Guille)
  • ¿Y si antes de empezar lo que hay que hacer, empezamos lo que tendríamos que haber hecho?
  • Trabajar para ganarse al vida esta bien pero por que esa vida que uno se gana trabajando tiene que desperdiciarla trabajando para ganarse la vida (Miguelito)
  • Una pulga no puede picar a una locomotora, pero puede llenar de ronchas al maquinista (Libertad)
  • Comienza tu día con una sonrisa, verás lo divertido que es ir por ahí desentonando con todo el mundo (Libertad)
  • ¿Porqué complicarse la vida con los problemas del país, cuando la solución más simple es solucionarlos? (Libertad) 
  • El noticiero:-Nuevamente se halla reunida en Ginebra la comisión que trata de lograr un acuerdo sobre desarme nuclear.
Susanita:-¿Ginebra es la capital de Suiza?
Mafalda:- No, es la capital del fracaso.

Lamento de Calypso

Tras la partida de Ulises de la isla de Ogigia.
  
                                               
Y yo , que creí tenerle
entre mi red dulce y mis cantos
veo que, poco a poco, como la arena
de entre mis dedos escapa
sin remedio,
sin descanso

Paloma G.

Pequeñas cosas...

 
Con cadencia de lluvia
las horas muertas
dejan frío en el alma.
 
*************************************************
 
Aromas de vainilla
sólo en tus labios
permanecerá eterno. 
 
*************************************************

 
Las dos de la mañana
soledad fría
los recuerdos engañan.


Paloma G.

sábado, octubre 22

De vez en cuando la vida.

A veces -el fuselaje roto de mil malos despegues y otros mil peores aterrizajes, las alas temblorosas y llenas de parches, los motores rodando apenas, cansados de tantos vuelos- enfilamos una vez más la pista sin demasiada convicción.
Con decisión, pero con ese leve roce en la nuca, ese roce frío que produce el miedo.
Miedo a que la pista se acabe antes de separar las ruedas del suelo, miedo a ponernos en manos de ojos ciegos y voluntades cansadas e indiferentes, miedo a -quizá- no recordar las maniobras precisas, las imprescindibles normas de seguridad, miedo -en fin- a volar de nuevo.
Y, sin embargo, titubeantes, asustados, maltrechos, pero ilusionados, volamos otra vez.
Volamos por que merecemos ver el amanecer desde el cielo, el atardecer desde las nubes y el sol de cerca.
Volamos.

DE VEZ EN CUANDO LA VIDA
De vez en cuando la vida
nos besa en la boca
y a colores se despliega
como un atlas,
nos pasea por las calles 
en volandas
y nos sentimos en buenas manos;
se hace de nuestra medida,
coge nuestro paso
y saca un conejo de la vieja chistera
y uno es feliz como el niño
cuando sale de la escuela.
De vez en cuando la vida
toma conmigo café
y está tan bonita que
da gusto verla.
Se suelta el pelo y me invita
a salir con ella a escena.
De vez en cuando la vida
se nos brinda en cueros
y nos regala un sueño
tan escurridizo
que hay que andarlo de puntillas
por no romper el hechizo.
De vez en cuando la vida
afina con el pincel:
se nos eriza la piel
y faltan palabras
para nombrar lo que ofrece
a los que saben usarla.
De vez en cuando la vida
nos gasta una broma
y nos despertamos
sin saber qué pasa,
chupando un palo sentados
sobre una calabaza.
Joan Manuel Serrat

Henry Lee

La verdad es que no sé exactamente qué tiene esta canción: no sé si es la dulzura de la voz de Pj Harvey, las leves desafinaciones de Nick Cave -me gusta su voz grave hasta cuando desafina- o si es todo ello combinado con el modo de cantarse el uno al otro en el vídeo, pero me encanta.  
Me resulta hipnótico escuchar la antigua canción  que cuenta  la muerte de Henry Lee contada/cantada por ellos dos mientras se acarician y se miran.

Y sí, el viento gimió, el viento aulló…



Elegía lamentable

ELEGÍA LAMENTABLE  (Jose Angel Buesa- Fragmento)

Desde este mismo instante seremos dos extraños
por estos pocos días, quien sabe cuántos años…
yo seré en tu recuerdo como un libro prohibido
uno de esos que nadie confiesa haber leído.
Y así mañana, al vernos en la calle, al ocaso,
tú bajaras los ojos y apretarás el paso,
y yo, discretamente, me cambiaré de acera,
o encenderé un cigarro, como si no te viera…

Y así se escribe otra página más del libro de los fracasos.  Así se vierte otra gota que casi desborda el vaso de las renuncias.  Así se da otra pincelada al lienzo decorado con tantas despedidas. Así, tan tranquilamente, con el ánimo tan extrañamente sereno, se dice adiós.

sábado, octubre 15

El ascensor (El edificio III)


Y ahí va de nuevo, renqueante, el viejo ascensor. Traqueteando.
A sus años, un ascensor ya no puede hacer otra cosa que subir y bajar y chirriar como mil gatos furiosos. Los años han caído sobre él, como sobre todo lo que contiene el edificio.
No tiene esas maravillas de pantallas digitales y botoncitos de colorines, de esos que tienen los otros ascensores, los que se instalan en edificios nuevos. Eso sí, tiene toda la pared del fondo forrada de espejo que, fíjate, además adelgaza y sirve para que Loli, la hija de Manolo, el del sexto, se retoque los labios antes de entrar en su casa, que si la ve su padre después de haber pasado dos horas en el coche con su novio, no quiero ni pensarlo.
El viejo ascensor tampoco tiene hilo musical, pero ¿para qué? Él solo sube y baja, y traquetea. Nadie tendría tiempo ahora de escuchar melodías entre piso y piso. Ya apenas queda ningún vecino de los de entonces: parejas jóvenes, ilusionadas.
Él fue joven también. Y, cómo todos, fue cocinero antes que fraile: En su día fue punto de reunión de las vecinas; fue cueva de piratas para los niños del edificio, esos días que llovía y no tenían donde jugar; fue testigo de besos robados y miradas cómplices; fue, Lucía aún lo recuerda, aún cierra los ojos cuando se abren sus puertas y entra y se apoya en la pared del fondo y recuerda aquella noche de hace tanto tiempo. ¡Qué frío hacía! Y Eduardo, tan moreno, tan guapo…sus manos, su piel. ¿Qué habrá sido de Eduardo? La dejó cuándo conoció a aquella otra chiquita, una muy maja, muy fina. De capital era, se le notaba. Al pobre lo plantó al poco. ¡Qué vueltas da la vida!
Únicamente el ascensor supo de aquello. Entonces aún no rechinaba tanto, era luminoso, cálido, acogedor. Era joven.
Ahora es sabio. Ha subido cientos de bombonas de butano, se ha llenado del barro de las bicicletas de los chavales, ha escuchado el llanto en los cochecitos de bebés de todo el edificio. Se ha enterado de alguna canita al aire, de alguna confidencia de adolescente.
Entonces aún no había prisa por nada y paradójicamente él era más veloz.
Y otra vez abajo y arriba. Ahora ya los vecinos apenas se conocen, ni le conocen a él. Es solo una parte más del edificio: lo limpian, lo barren, lo engrasan cuando toca, y esperan que suba, y que baje y que chirríe lo menos posible. Y eso hace él, eso intenta. Cada día, cada noche, arriba, abajo, como desde hace años… casi feliz.

Primero Izquierda (El edificio II)


La señora María se ha preparado ya las acelgas; no muchas que luego sobran y no le gusta comer lo mismo dos días seguidos. Unas acelguitas y una tortillita, ¡qué ricas!
La verdad es que no cocina mucho, apenas una verdurita hervida, algo de pollo, una pescadilla, poca cosa. No tiene el cuerpo ya para excesos y además, ya no es lo mismo.
Antes sí, a su Enrique le gustaba mucho como hacía ella el guiso de ternera, y las judías, bueno es que su Enrique tenía muy buena boca. Anda que no se acuerda de él ahora, cada vez que se acerca a los fogones, cada vez que se sienta sola a la mesa redonda, con sus vestiduras azules, con el braserito debajo que este invierno está siendo muy malo.
Su Enrique…lo que le gustaba a él esto de las Navidades, y cómo se ponía de turrón, y eso que Don Anselmo cada vez que   visitaba y mientras escribía las recetas con aquella mano un poco temblorosa le iba diciendo: Don Enrique, que no tiene usted la tensión como para atiborrarse, que su corazón está muy cansado ya.
El pobre Don Anselmo duró menos aún que su Enrique. Ay, señor… ¡qué pocos vamos quedando ya!
Y ¡qué puros se fumaba Don Anselmo! Además, con cualquier excusa: “que me ha nacido otro nieto, señora María”, “que me voy al fútbol, como un señor, con mi puro y mi almohadón”
Y ahora, mientras friega los dos platos y los cubiertos, se acuerda de que  tiene que llamar a su hija Loli para ver qué les pone a los niños para Reyes.  
Casi mejor que lo vayan a comprar juntas, ella es que no entiende de esas cosas que les gustan hoy a los niños. Con lo bonitas que son las muñecas esas que se las puede achuchar y darles biberón y los coches de bomberos y ya ves, ni uno ni otro. La niña con las Barbies esas, y el niño todo el día con la maquinita, que no veas tú lo que cuesta cada juego de la maquinita.
Y la pobre señora María se sienta en su sillón a hacer cuentas a ver qué puede apartar de la paga para los Reyes de los niños, y los de su hija y su yerno, y para los de su hijo Kike, que aunque vive tan lejos seguro que viene algún día por Navidad. Como en el anuncio, igualito.
Y así, entre cuentas y culebrones y nostalgias y braseros, la señora María cierra los ojos y hace su siestecita, casi sonriendo, casi feliz…

domingo, abril 17

Aún ingenua...

A menos de una semana de cumplir cincuenta y muchísimos, yo,  que voy de dura por la vida, me asusto a menudo cuando veo los terribles niveles de ingenuidad en los que me muevo.
Cuando veo la frialdad y/o la indiferencia con la que la mayor parte de la gente que me rodea trata temas que a mí me hielan la sangre, me quedo con una sensación extraña, como de no pertenencia a este mundo o a esta época o a esta jodida civilización de Gran Hombre Blanco.
Y no, no son las noticias de la tele que, aunque me producen arcadas, entiendo que es un precio que hay que pagar por estar  ¿"informados"?
No, lo que me preocupa más es la gente de a pie, esas personas que han desarrollado un estómago de amianto capaz de no conmoverse absolutamente con nada que no sea la contemplación del propio ombligo.
   Me preocupa  que mis amigos buenos, amables y bienpensantes me digan que a ver cuando me busco un curro de verdad en vez de trabajar en barrios llenos de inmigrantes. Y lo peor es que no consigo que entiendan que es una opción elegida. Me miran con esa condescendencia del que piensa: "pobrecita, qué nos va a decir".
   Me preocupa la conversación que tenía tiempo atrás con un conocido sobre los niveles de desempleo y la atrocidad que supone el hecho de tener un millón de familias dependiendo de las ayudas. El punto clave fue cuando mi conocido dejo caer:
-Y mientras, el estado venga a mandar dinero a África, con la de parados que hay aquí.
-Sí, chico, pero aquí de un modo u otro comen. Hay subsidios, hay ayudas, no se trata de desvestir un santo para vestir a otro, se trata de intentar mitigar ambos problemas. La gente allí se muere de desnutrición.
-Vale, joder, pero es que los de aquí son españoles.
Ahí me quedé sin argumentos porque hay cerebros a la puerta de los que da igual cuanto llames: no abren.
   Me preocupa otra conocida que, comentando el reciente suicidio de un pobre hombre que decidió poner fin a sus problemas lanzándose al vacío desde el tercer piso en que vivía, solo ha encontrado de preocupante que el hombre lo hiciese "a las once de la mañana, ahí, a la vista de todos"
Y como esos… mil.
¿Tan fríos, tan vacíos nos hemos vuelto que solo nos importa que la policía acordone toda la calle, o que queden rastros de sangre que puedan ver los niños en vez de pensar qué puede haber llevado a ese hombre a acabar con su vida? ¿No se nos ocurre preguntarnos qué enfermedad, qué dolor, qué tristeza, qué cansancio o hastío le han llevado a esa determinación?
¿Somos tan repugnantemente territoriales que creemos que la pobreza tiene fronteras? ¿Pensamos de verdad que el problema de desempleo de un español, un francés o un italiano es más serio que el hambre, la pura hambre que están sufriendo miles de personas en otras zonas del planeta? (Eso me recuerda las noticias de las "epidemias" de gripe,  tosferina, etc. que ocupan los telediarios mientras  se ignora la  "menos importante" epidemia de malaria que mata diariamente a tres mil niños en África)
¿Somos tan elitistas que nos parece que atender a la educación o conocimientos de los que tienen menos nos devalúa profesionalmente?
¿Somos ASÍ? ¿En esta panda de hienas insensibles nos hemos convertido?
Pues si todo eso es como me parece, me vais a perdonar la ingenuidad, pero es que estoy ya hasta el gorro de vivir en el lado de los que ganan con la sensación de que en realidad estamos perdiendo cada día más. Ah, y perdonadme también la mala leche y el exabrupto pero
¡A tomar por saco la civilización!

martes, abril 12

Confesión

Hoy por fin lo he hecho. Lo confieso. A mis años y es la primera vez que lo hago.
La mía no sé si es una historia corriente o no. Quizá muchos de ustedes hayan sufrido algo similar, en todo caso es mía y me apetece compartirla.
Lo que más me costó aceptar desde la adolescencia es que me daban miedo. Confieso que les rehuía, pero cuando era inevitable, cuando me cruzaba con una de ellas, cuando las tenía frente a mí era incapaz de reaccionar. A lo mejor no era miedo exactamente, pero la reacción era la misma: no sabía qué hacer, ni hacia donde mirar, me sudaban las manos y creo que incluso tartamudeaba. Jamás toqué, jamás rocé mínimamente a ninguna.
Y no, no era una cuestión de aspecto, siempre fui normal, del montón, y ellas… bueno, ellas da igual como fuesen: rubias, castañas, morenas, pequeñas o llamativas. No, no era eso. Eran ”ellas”.
Durante casi todo el año conseguía esquivarlas: la ciudad, los estudios primero y luego el trabajo me evitaban su presencia. Vivía y me mantenía lejos de ellas. MUY lejos.
Los veranos, sin embargo, eran distintos. Los pasaba en un pueblo de la costa, zona muy turística y que las atraía como la miel a las moscas. Yo salía poco e intentaba ir a lugares no demasiado frecuentados, pero no podía tener la certeza de que ellas no eligiesen el mismo bar, el mismo restaurante que yo. Y allí era mucho peor: morenas, exuberantes…
En fin, con el tiempo mis ocupaciones me ataron a la ciudad y afortunadamente mi casa, mi lugar de trabajo, los pocos lugares que frecuentaba, estaban libres de su presencia. Aun habiendo llegado a la edad adulta, no había conseguido vencer ese efecto que producían en mí y las pocas veces que la asistencia a determinados espacios me obligó a soportarlas, fueron un martirio. Buscaba desesperadamente el modo de salir de allí de inmediato, de evitar el menor contacto, ni un roce.
La mayor parte de la gente no conocía mi secreto y los pocos que lo conocían, me lo dejaban pasar como una más de mis rarezas. Grave, sí, pero rareza al fin y al cabo. Yo era buena gente, amigo de mis amigos y cumplía con todos los compromisos que adquiría e incluso con alguno más que me colgaban, así que nadie daba mayor importancia a ese comportamiento mío que, además, nadie tuvo que presenciar en directo. Al cabo de los años había conseguido disimular bastante bien. Siempre conseguía encontrar alguna excusa: se hacía tarde, no tenía apetito, mil cosas…
Todo había seguido bien en mi vida, con relativa tranquilidad hasta hace cosa de poquísimos meses.
A mi edificio llegaron un par de familias nuevas, se hicieron cambios, obras, mucho movimiento de escombros y muebles viejos y con todo ello tardé un par de semanas en descubrir que eran familias numerosas.
El día que la vi por la escalera no sabía exactamente a qué familia pertenecía, pero sabía que vivía allí, y lo que es peor: Que no iba a irse y que posiblemente coincidiríamos más de una vez.
De ahí en adelante, la tortura fue continua, no había una, eran varias y por mucho que quise evitarlo, por muchos medios que puse, las vi una y otra vez: habitualmente iban solas. Muy pocas, poquísimas veces las vi acompañadas, pero esas pocas veces era con amigas suyas, o familiares, no lo sé ni me importa a estas alturas. Solo sé que el problema se acentuaba.
Y empeoró.
Fue hace pocos días, quizá semanas. Llegaba a mi casa y entré saludando desde la puerta, sin saber exactamente quienes o cuantos miembros de mi familia se hallaban en ella.
Dejé las llaves sobre la mesa y al levantar la vista, estaba frente a mí.
Me miraba, me miraba fijamente, no perdía detalle de cada uno de mis movimientos y yo me sentí como entre rejas. No podía comprender qué hacía en mi casa, ¿Cómo había entrado? ¿Por qué?
Era como todas ellas, como todas las demás. No recuerdo bien su aspecto, tampoco importa mucho, creo recordar que era castaña, pero todo eso daba igual. Estaba allí y yo NO soportaba su presencia. Me enfermaba.
Se movió hacia mí y yo salté hacia atrás como si me hubiese expulsado algún tipo de resorte. Solo pensar en que llegase a tocarme, me producía una intensa sensación de repugnancia, así que hice lo único que mi instinto me dictó.
Hui. Salí de la estancia a toda velocidad. Dejó de importarme su presencia, la familia, todo.
No, no me juzguen aún. Si ustedes sintiesen una mínima parte de lo que yo sentí, habrían reaccionado del mismo modo. Terror, la palabra era terror. Me importaba muy poco que eso fuese o no lo correcto. Sabía que tenía que haber actuado de otro modo, lo sé aún, pero no podía.
Y eso fue mi perdición. Varias veces más ocurrió algo similar. Por algún motivo que desconozco se había vuelto asidua a mi casa, a mi familia, A MI VIDA. Y yo sufría, sufría mucho. Empezaba a perder la razón.
Actuaba de un modo extraño, llegaba a mi casa a horas diferentes cada vez y si ella estaba allí, salía de la habitación o el lugar donde estuviese sin decir una sola palabra.
Me había vuelto un ser extraño en mi propio hogar y seguía sin ser capaz de actuar, sin tener el valor de decirle una sola palabra, de echarla de mi casa.
Y hoy… bueno, supongo que en todo humano, por cobarde que sea, queda un rastro de valentía. Quizá sea simplemente instinto de supervivencia.
El caso es que hoy he llegado a casa y una vez más ella estaba allí, mirándome con una expresión de sorna a la que casi había llegado a acostumbrarme: la expresión del que sabe que ha ganado, del que se enfrenta a un ser más débil.
Y eso ha sido suficiente. Por una vez, por una sola vez en mi vida. Por primera y posiblemente última vez, he reaccionado.
En un movimiento veloz me he agachado y he abierto el armario bajo de la cocina, el que está junto al fregadero.
Allí estaba, jamás lo había usado y creí que nunca lo usaría, pero era el momento: todo el miedo, todo el horror, todo el odio acumulado durante años y años acababa de revolverse dentro de mí y me daba fuerzas para lo que iba a hacer.
No he dudado ni un segundo: con decisión, casi con frialdad, he quitado la tapa que cubría el envase, lo he dirigido hacia ella y una espuma blanca y de olor penetrante ha cubierto totalmente a la maldita cucaracha. Dos segundos más tarde estaba muerta, frita, kaputt y yo sonreía feroz, triunfante. Libre por fin.