A menudo me pregunto
en qué pensaba exactamente o como se sentía un determinado autor en el momento
de escribir un poema o una canción.
Hoy recuerdo un tema de Manolo
García, y no sé cómo se sentía él al componerlo, pero sí que comparto la mayor
parte de sus
palabras: "Te confieso que no atino a encontrar la calma. Nada ansío más y
es lo que menos tengo."
Y la busco,
sinceramente la busco. Me refugio en momentos, en pequeños instantes como este,
en un día gris, cansado, complicado. Un día en el que las leyes de Murphy
(maldito manipulador) se cumplen inexorablemente, sobre todo aquella que dice
que no hay situación tan mala que no sea susceptible de empeorar.
Ahora estoy agazapada en uno de esos instantes, escondida
del resto del día. He robado unos minutos al tiempo y me he sentado en el porche, oyendo como llueve sin piedad sobre mi patio. Hace calor, mucho calor y
el olor a tierra mojada se levanta como vapor, pero me gusta.
Me recuerda a mis veranos de cuando era niña:
empezaba a llover y corría hacia la playa a sentarme en la arena. Todo olía
distinto: el aire, el mar, la propia arena. Cuando llovía desaparecía esa
odiosa mezcla de desodorantes, champús, sudor y crema bronceadora y sólo olía a
sal, a yodo, a humedad fresca.
Aquí el olor es distinto, no hay sal ni yodo, sino el cloro
de una piscina, pero sin embargo el aroma de la tierra viva se mezcla con el de
los rosales, las buganvillas y mil plantas más que los vecinos cultivan en sus patios y que yo he sido incapaz de distinguir en toda mi vida.
Tampoco hay oleaje pero puedo distinguir la caída de cada
gota sobre el toldo o en la quieta superficie del agua. El resto es silencio,
tranquilidad.
Y sí, a lo mejor, calma.
Y como el hilo de Ariadna, me dejo llevar por el olor y el
sonido de la lluvia.
Ya no veo el mismo paisaje: ahora es de noche, una calle
oscura, antigua. De una ciudad más antigua que el tiempo. Más inmortal que el
mar que la rodea.
Aquí no hay toldos, no hay cobijo para el agua que me
empapa, que adhiere el pelo a mi cara. Pero no me importa, espero ese agua,
siento sed en la piel y levanto el rostro para saciarme.
Y vuelven otras frases de la misma canción: "Dame
descanso como quien da un refresco. Tu mirada vuela. Vuela, calma, vuela. En
las calles es una flecha que alivia el tiempo de los poetas."