viernes, abril 7

Sábado

Le he arrancado un desierto
a las hojas del sábado
y lo contemplo
con la arrobada mirada del que ama
un mundo, una palabra, una idea,
un alma.
Madrugada, ya es mañana
y por dentro siento que no ha pasado aún
el día de hoy
se ha estirado cada hora como la nota
que se alarga en la garganta de un agudo
imposible.
Huele a tormenta en el aire
y sigue siendo sábado
y lo sobrevuelo
con el mensaje que nace entre mis dedos

y te reclama.

Paloma G.

Calma

A menudo me pregunto en qué pensaba exactamente o como se sentía un determinado autor en el momento de escribir un poema o una canción. 
Hoy recuerdo un tema de Manolo García, y no sé cómo se sentía él al componerlo, pero sí que comparto la mayor parte de  sus palabras: "Te confieso que no atino a encontrar la calma. Nada ansío más y es lo que menos tengo."
Y la busco, sinceramente la busco. Me refugio en momentos, en pequeños instantes como este, en un día gris, cansado, complicado. Un día en el que las leyes de Murphy (maldito manipulador) se cumplen inexorablemente, sobre todo aquella que dice que no hay situación tan mala que no sea susceptible de empeorar.
Ahora estoy agazapada en uno de esos instantes, escondida del resto del día. He robado unos minutos al tiempo y me he sentado en el porche,  oyendo como llueve sin piedad sobre mi patio. Hace calor, mucho calor y el olor a tierra mojada se levanta como vapor, pero me gusta. 
Me recuerda a  mis veranos de cuando era niña: empezaba a llover y corría hacia la playa a sentarme en la arena. Todo olía distinto: el aire, el mar, la propia arena. Cuando llovía desaparecía esa odiosa mezcla de desodorantes, champús, sudor y crema bronceadora y sólo olía a sal, a yodo, a humedad fresca.
Aquí el olor es distinto, no hay sal ni yodo, sino el cloro de una piscina, pero sin embargo el aroma de la tierra viva se mezcla con el de los rosales, las buganvillas y mil plantas más que los vecinos cultivan en sus patios y que yo he sido incapaz de distinguir en toda mi vida. 
Tampoco hay oleaje pero puedo distinguir la caída de cada gota sobre el toldo o en la quieta superficie del agua. El resto es silencio, tranquilidad.
Y sí, a lo mejor, calma.
Y como el hilo de Ariadna, me dejo llevar por el olor y el sonido de la lluvia. 
Ya no veo el mismo paisaje: ahora es de noche, una calle oscura, antigua. De una ciudad más antigua que el tiempo. Más inmortal que el mar que la rodea.
Aquí no hay toldos, no hay cobijo para el agua que me empapa, que adhiere el pelo a mi cara. Pero no me importa, espero ese agua, siento sed en la piel y levanto el rostro para saciarme.
Y vuelven otras frases de la misma canción: "Dame descanso como quien da un refresco. Tu mirada vuela. Vuela, calma, vuela. En las calles es una flecha que alivia el tiempo de los poetas."

Sinfonía

Con su voz me desarma y a cada
palabra me deja un latido prendido
en la ropa.
Delicadamente me encuentra entre rumores
de tela y metal
y de manos y de labios.
Sinfonía del deseo.
Blancos y dulces, azules y eternos
son los caminos que traza.
Y me pierdo en las rutas.
Y en la soledad me alimento
de palabras que saben a zumo
líquidos sonidos lejanos
de fresa.
Del aliento respirado a medias y la sonrisa
que bebo.
Sinfonía de los sueños.
Dibuja el movimiento con cadencia de olas
dirige la tempestad con sus dedos que gobiernan
el timón bajo el velamen
de mi pelo
que le perfuma y le abriga
si es invierno
en el alma.
Sinfonía del recuerdo.

Paloma G.

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Razón aquí.

(Ando releyendo "84, Charing Cross Road")