lunes, 10 de septiembre de 2018

Impaciencia


Se acerca el otoño despacio, acechando suavemente tras las sombrillas de la playa y las maletas de los turistas; no sabemos si anunciando su partida o invitando a que ésta se decida a tener  lugar.  El calendario tiene  ya a punto sus nuevos colores sin importarle en absoluto las recomendaciones que, en cuestión de moda, hace El Corte Inglés a cada estación.
La playa sigue oliendo a playa, esa mezcla de bronceador, sal, sudor y  yodo pero será ya por muy poco tiempo.  Es curioso observarla día a día:  la imagino  como la moviola de un grifo que gotea .  A cada jornada desaparece una toalla, una tumbona, una sombrilla, una señora con gorrito de paja, un niño de cubo y pala…  Y pronto, muy pronto habrán desaparecido todos. Sólo quedarán los de siempre:  esas abuelitas de trenza gris que se mojan los pies en la orilla a diario, cuando bajan a comprar el pan. La rubia que corre a las nueve de la mañana invariablemente, haga frío o calor. El joven que vive con el tobillo permanentemente esposado a una tabla de fibra de vidrio y el señor totalmente vestido y con el bajo de los pantalones remangados que pasea con su perro por la arena.  Para todos ellos la playa no es un lugar a donde ir en verano, es un espacio propio, un hábitat tan natural como para los peces y las medusas que nadan unos metros más allá o para las gaviotas que reinan ufanas tras reconquistar el territorio a los humanos.
Según avanza el gris en el cielo, la playa gana en belleza,  se desnuda y nos permite contemplar una piel más blanca. Más fría también, pero infinitamente más sensual y apetecible que en los meses pasados, con un aroma -ahora sí- puro e intenso que penetra hasta el rincón más profundo y provoca una explosión sensorial.
Pronto, la abuela de la trenza tendrá que dejar sus baños matutinos de pies y el señor del perro empezará a pasear sobre el asfalto. El frío convertirá la orilla en un sendero de cuchillas, el viento se intensificará y transformará la arena en un inmenso látigo. Y volverán a cambiar los colores en el mar y la playa tendrá otra belleza distinta pero igualmente infinita.
Se acerca el otoño, lenta y cuidadosamente, como un ladrón que espera el momento adecuado para cometer su delito. Pero se equivoca; esta vez le estoy esperando impaciente. Aquí, en la playa.

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