lunes, 17 de septiembre de 2018

Verde y negro


Y se hace tarde
rodeada de la nada
que es este mundo verde
tan lejano.
Un grillo llama a su
compañera con frenético
chirrido telefónico
y en la carretera, el silencio
se rompe sólo de tarde en tarde
cuando algún vecino vuelve a casa,
las manos encallecidas,
el cuerpo helado.
La cortina de color tranquilidad
me separa del negro de la noche,
del frío abstracto de los campos,
de la luz alicaída de una estrella
apenas visible entre la bruma.
Es de noche  y las horas no avanzan,
quizá sólo pasan de largo sin
hacerme caso,
sin dejarme apartar su velo tibio,
grueso, de terciopelo,
mientras los restos del cigarrillo
se consumen entre los dedos
olvidado ya su aroma,
mientras el alma pone proa
al laberinto del sueño.
***El recuerdo de una maravillosa noche, apoyada en la barandilla de un hórreo en medio del campo, cerca de Luanco, en Asturias.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Impaciencia


Se acerca el otoño despacio, acechando suavemente tras las sombrillas de la playa y las maletas de los turistas; no sabemos si anunciando su partida o invitando a que ésta se decida a tener  lugar.  El calendario tiene  ya a punto sus nuevos colores sin importarle en absoluto las recomendaciones que, en cuestión de moda, hace El Corte Inglés a cada estación.
La playa sigue oliendo a playa, esa mezcla de bronceador, sal, sudor y  yodo pero será ya por muy poco tiempo.  Es curioso observarla día a día:  la imagino  como la moviola de un grifo que gotea .  A cada jornada desaparece una toalla, una tumbona, una sombrilla, una señora con gorrito de paja, un niño de cubo y pala…  Y pronto, muy pronto habrán desaparecido todos. Sólo quedarán los de siempre:  esas abuelitas de trenza gris que se mojan los pies en la orilla a diario, cuando bajan a comprar el pan. La rubia que corre a las nueve de la mañana invariablemente, haga frío o calor. El joven que vive con el tobillo permanentemente esposado a una tabla de fibra de vidrio y el señor totalmente vestido y con el bajo de los pantalones remangados que pasea con su perro por la arena.  Para todos ellos la playa no es un lugar a donde ir en verano, es un espacio propio, un hábitat tan natural como para los peces y las medusas que nadan unos metros más allá o para las gaviotas que reinan ufanas tras reconquistar el territorio a los humanos.
Según avanza el gris en el cielo, la playa gana en belleza,  se desnuda y nos permite contemplar una piel más blanca. Más fría también, pero infinitamente más sensual y apetecible que en los meses pasados, con un aroma -ahora sí- puro e intenso que penetra hasta el rincón más profundo y provoca una explosión sensorial.
Pronto, la abuela de la trenza tendrá que dejar sus baños matutinos de pies y el señor del perro empezará a pasear sobre el asfalto. El frío convertirá la orilla en un sendero de cuchillas, el viento se intensificará y transformará la arena en un inmenso látigo. Y volverán a cambiar los colores en el mar y la playa tendrá otra belleza distinta pero igualmente infinita.
Se acerca el otoño, lenta y cuidadosamente, como un ladrón que espera el momento adecuado para cometer su delito. Pero se equivoca; esta vez le estoy esperando impaciente. Aquí, en la playa.