domingo, 17 de abril de 2016

Aún ingenua...

A menos de una semana de cumplir cincuenta y tres años, yo que voy de dura por la vida, me asusto a menudo cuando veo los terribles niveles de ingenuidad en los que me muevo.
Cuando veo la frialdad y/o la indiferencia con la que la mayor parte de la gente que me rodea trata temas que a mí me hielan la sangre, me quedo con una sensación extraña, como de no pertenencia a este mundo o a esta época o a esta jodida civilización de Gran Hombre Blanco.
Y no, no son las noticias de la tele que, aunque me producen arcadas, entiendo que es un precio que hay que pagar por estar…¿"informados"?
No, lo que me preocupa más es la gente de a pie, esas personas que han desarrollado un estómago de amianto capaz de no conmoverse absolutamente con nada que no sea la contemplación del propio ombligo.
   Me preocupa  que mis amigos buenos, amables y bienpensantes me digan que a ver cuando me busco un curro de verdad en vez de trabajar en barrios llenos de inmigrantes. Y lo peor es que no consigo que entiendan que es una opción elegida. Me miran con esa condescendencia del que piensa: "pobrecita, qué nos va a decir".
   Me preocupa la conversación que tenía tiempo atrás con un conocido sobre los niveles de desempleo y la atrocidad que supone el hecho de tener un millon de familias dependiendo de las ayudas. El punto clave fue cuando mi conocido dejo caer:
  • Y mientras, el estado venga a mandar dinero a África, con la de parados que hay aquí.
  • Sí, chico, pero aquí de un modo u otro comen. Hay subsidios, hay ayudas, no se trata de desvestir un santo para vestir a otro, se trata de intentar mitigar ambos problemas. La gente allí se muere de desnutrición.
  • Vale, joder, pero es que los de aquí son españoles.
Ahí me quedé sin argumentos porque hay cerebros a la puerta de los que da igual cuanto llames: no abren.
   Me preocupa otra conocida que, comentando el reciente suicidio de un pobre hombre que decidió poner fin a sus problemas lanzándose al vacío desde el tercer piso en que vivía, sólo ha encontrado de preocupante que el hombre lo hiciese "a las once de la mañana, ahí, a la vista de todos"
Y como esos…mil.
¿Tan fríos, tan vacíos nos hemos vuelto que sólo nos importa que la policía acordone toda la calle, o que queden rastros de sangre que puedan ver los niños en vez de pensar qué puede haber llevado a ese hombre a acabar con su vida? ¿No se nos ocurre preguntarnos qué enfermedad, qué dolor, qué tristeza, qué cansancio o hastío le han llevado a esa determinación?
¿Somos tan repugnantemente territoriales que creemos que la pobreza tiene fronteras? ¿Pensamos de verdad que el problema de desempleo de un español, un francés o un italiano es más serio que el hambre, el puro hambre que están sufriendo miles de personas en otras zonas del planeta? (Eso me recuerda las noticias que tengo por ahí de hace 5 o 6 años cuando la "terrible" pandemia de gripe A que estábamos viviendo y que había matado  ya a un centenar de personas mientras  se ignoraba y se ignora a día de hoy la seguramente menos importante epidemia de malaria que mata diariamente a tres mil niños en África)
¿Somos tan elitistas que nos parece que atender a la educación o conocimientos de los que tienen menos nos devalúa profesionalmente?
¿Somos ASÍ? ¿En esta panda de hienas insensibles nos hemos convertido?
Pues si todo eso es como me parece, me vais a perdonar la ingenuidad  pero es que estoy ya hasta el gorro de vivir en el lado de los que ganan con la sensación de que en realidad estamos perdiendo cada día más. Ah, y perdonadme también la mala leche y el exabrupto pero
¡A tomar por saco la civilización!

Decía Huxley...

"Vivimos juntos y actuamos y reaccionamos los unos sobre los otros, pero siempre, en todas las circunstancias, estamos solos. Los mártires entran en el circo tomados de la mano, pero son crucificados aisladamente. Abrazados, los amantes tratan desesperadamente de fusionar sus aislados éxtasis en una sola autotrascendencia, pero es en vano. Por su misma naturaleza, cada espíritu está condenado a padecer y gozar en la soledad. Las sensaciones, los sentimientos, las intuiciones, imaginaciones y fantasías son siempre cosas privadas y, salvo por medio de símbolos y de segunda mano, incomunicables. Podemos formar un fondo común de información sobre experiencia, pero no de las experiencias mismas. De la familia de la nación, cada grupo humano es una sociedad de universos islas."
Aldous Huxley (1894-1963)
"Las puertas de la Percepción"

martes, 12 de abril de 2016

Confesión

Hoy por fin lo he hecho. Lo confieso. A mis años y es la primera vez que lo hago.
La mía no sé si es una historia corriente o no. Quizá muchos de ustedes hayan sufrido algo similar, en todo caso es mía y me apetece compartirla.
Lo que más me costó aceptar desde la adolescencia es que me daban miedo. Confieso que les rehuía, pero cuando era inevitable , cuando me cruzaba con una de ellas, cuando las tenía frente a mí era incapaz de reaccionar. A lo mejor no era miedo exactamente, pero la reacción era la misma: no sabía qué hacer, hacia donde mirar, me sudaban las manos y creo que incluso tartamudeaba. Jamás toqué, jamás rocé mínimamente a ninguna.
Y no, no era una cuestión de aspecto, siempre fui normal, del montón, y ellas…bueno, ellas da igual como fuesen: rubias, castañas, morenas, pequeñas o llamativas. No, no era eso. Eran…”ellas”.
Durante casi todo el año conseguía esquivarlas: la ciudad, los estudios primero y luego el trabajo me evitaban su presencia. Vivía y me mantenía lejos de ellas. MUY lejos.
Los veranos, sin embargo, eran distintos. Los pasaba en un pueblo de la costa, zona muy turística y que las atraía como la miel a las moscas. Yo salía poco e intentaba ir a lugares no demasiado frecuentados pero no podía tener la certeza de que ellas no eligiesen el mismo bar, el mismo restaurante que yo. Y allí era mucho peor: morenas, exuberantes…
En fin, con el tiempo mis ocupaciones me ataron a la ciudad y afortunadamente mi casa, mi lugar de trabajo, los pocos lugares que frecuentaba, estaban libres de su presencia. Aún habiendo llegado a la edad adulta no había conseguido vencer ese efecto que producían en mí y las pocas veces que la asistencia a determinados lugares me obligó a soportarlas, fueron un martirio. Buscaba desesperadamente el modo de salir de allí de inmediato, de evitar el menor contacto…un roce.
La mayor parte de la gente no conocía mi secreto y los pocos que lo conocían, me lo dejaban pasar como una más de mis rarezas. Grave, sí, pero rareza al fin y al cabo. Yo era buena gente, amigo de mis amigos y cumplía con todos los compromisos que adquiría e incluso con alguno más que me colgaban, así que nadie daba mayor importancia a ese comportamiento mío que, además, nadie tuvo que presenciar en directo. Al cabo de los años había conseguido disimular bastante bien. Siempre conseguía encontrar alguna excusa: se hacía tarde, no tenía apetito, mil cosas…
Todo había seguido bien en mi vida, con relativa tranquilidad hasta hace cosa de poquísimos meses.
A mi edificio llegaron un par de familias nuevas, se hicieron cambios, obras, mucho movimiento de escombros y muebles viejos y con todo ello tardé un par de semanas en descubrir que eran familias numerosas.
El día que la vi por la escalera no sabía exactamente a qué familia pertenecía, pero sabía que vivía allí, y lo que es peor: Que no iba a irse y que posiblemente coincidiríamos más de una vez.
De ahí en adelante, la tortura fue contínua, no había una, eran varias y por mucho que quise evitarlo, por muchos medios que puse, las vi una y otra vez: habitualmente iban solas. Muy pocas, poquísimas veces las vi acompañadas, pero esas pocas veces era con amigas suyas, o familiares, no lo sé ni me importa a estas alturas. Sólo sé que el problema se acentuaba.
Y empeoró.
Fue hace pocos días, quizá semanas. Llegaba a mi casa y entré saludando desde la puerta, sin saber exactamente quienes o cuantos miembros de mi familia se hallaban en ella.
Dejé las llaves sobre la mesa y al levantar la vista, estaba frente a mí.
Me miraba, me miraba fijamente, no perdia detalle de cada uno de mis movimientos y yo me sentí como entre rejas. No podía comprender qué hacía en mi casa, ¿cómo había entrado? ¿por qué?
Era como todas ellas, como todas las demás. No recuerdo bien su aspecto, tampoco importa mucho, creo recordar que era castaña, pero todo eso daba igual. Estaba allí y yo NO soportaba su presencia. Me enfermaba.
Se movió hacia mí y yo salté hacia atrás como si me hubiese expulsado algún tipo de resorte. Sólo pensar en que llegase a tocarme, me producía una intensa sensación de repugnancia, así que hice lo único que mi instinto me dictó.
Huí. Salí de la estancia a toda velocidad. Dejó de importarme su presencia, la familia, todo.
No, no me juzguen aún. Si ustedes sintiesen una mínima parte de lo que yo sentí, habrían reaccionado del mismo modo. Terror, la palabra era terror. Me importaba muy poco que eso fuese o no lo correcto. Sabía que tenía que haber actuado de otro modo, lo sé aún, pero no podía.
Y eso fue mi perdición. Varias veces más ocurrió algo similar. Por algún motivo que desconozco se había vuelto asídua a mi casa, a mi familia, A MI VIDA. Y yo sufría, sufría mucho. Empezaba a perder la razón.
Actuaba de un modo extraño, llegaba a mi casa a horas diferentes cada vez y si ella estaba allí, salía de la habitación o el lugar donde estuviese sin decir una sola palabra.
Me había vuelto un ser extraño en mi propio hogar y seguía sin ser capaz de actuar, sin tener el valor de decirle una sola palabra, de…echarla de mi casa.
Y hoy…bueno, supongo que en todo humano, por cobarde que sea, queda un rastro de valentía. Quizá sea simplemente instinto de supervivencia.
El caso es que hoy he llegado a casa y una vez más ella estaba allí, mirándome con una expresión de sorna a la que casi había llegado a acostumbrarme: la expresión del que sabe que ha ganado, del que se enfrenta a un ser más débil.
Y eso ha sido suficiente. Por una vez, por una sola vez en mi vida. Por primera y posiblemente última vez, he reaccionado.
En un movimiento veloz me he agachado y he abierto el armario bajo de la cocina, el que está junto al fregadero.
Allí estaba, jamás lo había usado y creí que nunca lo usaría, pero era el momento: todo el miedo, todo el horror, todo el odio acumulado durante años y años acababa de revolverse dentro de mí y me daba fuerzas para lo que iba a hacer.
No he dudado ni un segundo: con decisión, casi con frialdad, he quitado la tapa que cubría el envase, lo he dirigido hacia ella y una espuma blanca y de olor penetrante ha cubierto totalmente a la maldita cucaracha. Dos segundos más tarde estaba muerta, frita, kaputt y yo sonreía feroz, triunfante…libre por fin.

domingo, 10 de abril de 2016

A lo mejor un poema...

Una vida prendida en un poema.
A veces ni eso,
a veces las palabras saltan
desde los dedos
inquebrantablemente crueles,
libres, vivas.
A veces el infinito es un billete de ida
o la entrada a un teatro
"sólo para locos".
Y de nuevo, en cada poema
hay más vidas de las que pueden vivirse,
capa a capa,
cambiando de piel como una serpiente
y dejándose el alma y el cuerpo
en cada línea,
en cada verso.
A veces la luna baja hasta las calles
y firma pactos con los poetas.
A veces incluso se inmola con ellos
y ya de madrugada
renace de entre las cenizas
vestida de tinta y oliendo
a nostalgia y a fresa.

NN.
 
                               
                               A M. por la inspiración.

Obsesión

He vuelto a verla, como hago siempre, como hago cada vez que tengo ese desasosiego que no tiene nombre ni apellidos. Como un exorcismo, como la obsesión que creo que es, con fascinación, absorta…
Y he vuelto a escuchar la música de Vangelis, y de toda ella, este tema.
Y de nuevo la voz de Rutger Hauer, así, en versión original me ha erizado la piel.

Y otra vez hoy, yo como Roy…
I’ve….seen things you people wouldn’t believe, hmm. Attack ships on fire off the Shoulder of Orion.
I watched C-beams glitter in the dark near the Tannhauser Gate. All those… moments, will be lost, in
time, like tears… in…rain. Time…to die."

1984

Página 138
"Julia y Winston sabían perfectamente -en verdad, ni un solo momento dejaban de tenerlo presente- que aquello no podía durar. A veces la sensación de que la muerte se cernía sobre ellos les resultaba tan sólida como el lecho donde estaban echados y se abrazaban con una desesperada sensualidad, como un alma condenada aferrándose a su último rato de placer cuando faltan cinco minutos para que suene el reloj. Pero también había veces en que no sólo se sentían seguros, sino que tenían una sensación de permanencia. Creían entonces que nada podría ocurrirles mientras estuvieran en su habitación. Llegar hasta allí era dificil y peligroso, pero el refugio era invulnerable. Igualmente, Winston, mirando el corazón del pisapapeles, había sentido como si fuera posible penetrar en aquel mundo de cristal y que una vez dentro el tiempo se podría detener. Con frecuencia se entregaban ambos a ensueños de fuga. Se imaginaban que tendrían una suerte magnífica por tiempo indefinido y que podrían continuar llevando aquella vida clandestina durante toda su vida natural"
Página 150
"Winston reflexionó un momento.
-¿No se te ha ocurrido pensar -dijo- que lo mejor que haríamos sería marcharnos de aquí antes de que sea demasiado tarde y no volver a vernos jamás?
-Sí, querido, se me ha ocurrido varias veces, pero no estoy dispuesta a hacerlo.
-Hemos tenido suerte -dijo Winston-; pero esto no puede durar mucho tiempo. Somos jóvenes. Tú pareces normal e inocente. Si te alejas de la gente como yo, puedes vivir todavía cincuenta años más.
-iNo!. Ya he pensado en todo eso. Lo que tú hagas, eso haré yo. Y no te desanimes tanto. Yo sé arreglármelas para seguir viviendo.
-Quizás podamos seguir juntos otros seis meses, un año… no se sabe. Pero al final es seguro que tendremos que separarnos. ¿Te das cuenta de lo solos que nos encontraremos? Cuando nos hayan cogido, no habrá nada, lo que se dice nada, que podamos hacer el uno por el otro. Si confieso, te fusilarán, y si me niego a confesar, te fusilarán también. Nada de lo que yo pueda hacer o decir, o dejar de decir y hacer, serviría para aplazar tu muerte ni cinco minutos. Ninguno de nosotros dos sabrá siquiera si el otro vive o ha muerto. Sería inútil intentar nada. Lo único importante es que no nos traicionemos, aunque por ello no iban a variar las cosas.
-Si quieren que confesemos -replicó Julia- lo haremos. Todos confiesan siempre. Es imposible evitarlo. Te torturan.
-No me refiero a la confesión. Confesar no es traicionar. No importa lo que digas o hagas, sino los sentimientos. Si pueden obligarme a dejarte de amar… esa sería la verdadera traición.
Julia reflexionó sobre ello.
-A eso no pueden obligarte -dijo al cabo de un rato-. Es lo único que no pueden hacer. Pueden forzarte a decir cualquier cosa, pero no hay manera de que te lo hagan creer. Dentro de ti no pueden entrar nunca.
-Eso es verdad -dijo Winston con un poco más de esperanza-. No pueden penetrar en nuestra alma. Si podemos sentir que merece la pena seguir siendo humanos, aunque esto no tenga ningún resultado positivo, los habremos derrotado."winston azul
 
Página 260
"Sentáronse en dos sillas de hierro uno al lado del otro, pero no demasiado juntos. Winston notó que Julia estaba a punto de hablar. Movió unos cuantos centímetros el basto zapato y aplastó con él una rama. Su pie parecía ahora más grande, pensó Winston. Julia, por fin, dijo sólo esto:
-Te traicioné.
-Yo también te traicioné -dijo él.
Julia lo miró otra vez con disgusto. Y dijo:
 
-A veces te amenazan con algo…, algo que no puedes soportar, que ni siquiera puedes imaginarte sin temblar. Y entonces dices: «No me lo hagas a mí, házselo a otra persona, a Fulano de Tal». Y quizá pretendas, más adelante, que fue sólo un truco y que lo dijiste únicamente para que dejaran de martirizarte y que no lo pensabas de verdad. Pero, no. Cuando ocurre eso se desea de verdad y se desea que a la otra persona se lo hicieran. Crees entonces que no hay otra manera de salvarte y estás dispuesto a salvarte así. Deseas de todo corazón que eso tan terrible le ocurra a la otra persona y no a ti. No te importa en absoluto lo que pueda sufrir. Sólo te importas entonces tú mismo.
-Sólo te importas entonces tú mismo -repitió Winston como un eco.
-Y después de eso no puedes ya sentir por la otra persona lo mismo que antes.
-No -dijo él-, no se siente lo mismo."

sábado, 9 de abril de 2016

Todo el tiempo del mundo...

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj.
Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj. 

Julio Cortázar – Historia de Cronopios y Famas-1962)

Itinerario IV

Ciclo
Brevemente
el alma se expande
por los espacios insondables
del silencio.
Como hiedra
que trepa decidida, tenaz
enraizándose en las paredes
de la piel.
En la danza
tempestuosa y profunda
de un mar de caderas  y olas
imposibles.
Susurrando
el cálido aliento
que abrasa el recorrido que lleva
a una palabra.

NN.

viernes, 8 de abril de 2016

So Long Marianne

Esta mañana me ha despertado una de mis canciones preferidas. Me gusta despertar así, con sonidos que adoro…
No sé si quien la ha hecho sonar lo sabía, no sé si ha sido casual o si para esa persona significa algo especial, el caso es que aún no había despertado del todo y entre las brumas que se despejaban poco a poco en mi cabeza, se ha ido desplegando la voz de Leonard Cohen diciéndome "hasta luego.." cantando su mejor canción, la mejor canción de un autor de mejores canciones, de un poeta que casualmente canta y aunque eso le ha hecho famoso,  sus poemas  sin voz merecen tanta atención como los que tuvieron la suerte de nacer con música.  En Amediavoz se pueden leer algunos de ellos. Leerlos y vivirlos.
 
Lo cierto es que hay momentos que justifican todo un día. Minutos que dan sentido a todas las horas que vienen detrás. Sensaciones que se despiertan saliendo de muy adentro  y que te acompañan luego durante toda la jornada, dejándote con esa leve sonrisa que impide que el cielo gris se vea gris, simplemente se percibe de un azul menos brillante pero con la certeza de que más tarde volverá a su color. Esa sonrisa que necesita luego de muy pocos estímulos para convertirse en una expresión relajada, serena…feliz a veces.
Esta mañana he tenido dos de esos momentos, uno de ellos me lo guardaré sólo para mí pero el otro quizá tiña de azul algún otro cielo gris, o devuelva las hojas a los árboles o deje caer lluvia sobre alguna piel sedienta, así que quiero compartirlo.
La que he oído, la que me ha despertado, es la grabación original, que podéis escuchar AQUÍ. 
No pienso renunciar jamás a uno sólo de esos momentos. ¿Qué sentido tendrían los días sin ellos?

Futura y María

Y, de nuevo, va de cine.
En 1926 Fritz Lang (Dr. Mabuse, Los Nibelungos, El Vampiro de Düsseldorf) se lanzó a la ruinosa aventura de rodar la película más cara de su época: cinco millones de marcos alemanes que acabaron con los medios económicos de los estudios ya que fue un fracaso de taquilla.
Setecientos actores, más de cuarenta mil extras, más de dos años de rodajes y unos efectos especiales increíbles para los tiempos del cine mudo,  conformaron lo que sería un film que marcó las pautas para toda la cinematografía de ciencia ficción que vino después: Metrópolis.
Medio olvidada en su momento, posteriormente convertida en película de culto y afortunadamente recuperada en 1984 con banda sonora nueva, en la que participaron -entre otros- Bonnie Tyler y Queen,  Metrópolis ha influido poderosamente en el género, inspirando  el alma, la esencia  y el ambiente de algunas de las "grandes": Blade Runner, Matrix, El Quinto Elemento…
El guión, trabajado a medias entre el propio Fritz Lang y su esposa, Thea Von Harbou que más tarde lo convertiría en novela, nos muestra un año 2026 en el que la mitad de la humanidad vive feliz, sin problemas, dedicada al ocio y a su propio hedonismo. Son los pensadores. En la superficie donde viven, todo es armonía, limpieza, la tecnología suple todas las carencias y no existen las necesidades económicas.
Por contra, y para que esa primera mitad viva así, la otra parte de la humanidad vive enterrada en el subsuelo, en estado de esclavitud, obligados a trabajar jornadas inhumanas al servicio de la primera clase y de las máquinas que acompañan y dirigen sus vidas (¿a que ya va pareciendo menos ciencia ficción?)
La historia sigue con el joven Freder, habitante del primer mundo que siguiendo a Maria, del segundo, baja a esa zona desconocida, una especie de infierno donde la humanidad vive explotada, escondida y sometida a torturas. Enamorado de María, empieza a simpatizar con las reivindicaciones de los obreros y a concienciarse de las condiciones infrahumanas en que viven. 
No voy a contar el resto, porque merece ser vista, sólo añadiré que aparte de las diferencias entre las clases sociales, encontraremos también en el fim la dualidad entre el bien y el mal, éste representado por Rottwang, ser mezquino y sin escrúpulos que viendo en María a una especie de profeta o líder que puede soliviantar a los obreros y desestabilizar el mundo que han creado en la superficie, pone en marcha un plan para acabar con las posibles rebeliones obreras, creando un androide a imagen y semejanza de María que será suplantada así por Futura que,en teoría, trabajará a las órdenes del mal y dirigirá a los obreros según se le indique.
Y aquí es dónde me quedo, con María y Futura, dos seres idénticos, una humana y un androide clonado de la primera.
Por un lado  María, la mujer que sabe de injusticias, que promulga el amor y la no violencia para terminar con ellas, que lucha y profetiza los cambios que llevarán a una vida mejor y  la llegada de un Elegido que propiciará esos cambios;  por otro  lado está Futura, la no-humana, creada para contrarrestar los efectos de la pimera pero que siguiendo una de esas leyes no escritas en la ciencia ficción, acabará  -por causas desconocidas- rebelándose contra su creador y actuando según su libre albedrío, dotándose de capacidades humanas de decisión y pensamiento. Ello la lleva a aprovecharse de las ideas de María, promover el levantamiento obrero y conseguir una situación límite, de tintes apocalípticos en la que casi se destruye la raza humana, lo que parece ser su intención como tercera fuerza en discordia: la tan temida rebelión de las máquinas.
María, venerada como una santa y  Futura, el Falso Profeta. La fascinación entre la dualidad hombre-máquina, la advertencia de que si el hombre da vida jugando a ser Dios, esa vida tomará conciencia de su propia existencia y la pregunta, llegado ese caso es: ¿qué diferenciará al humano del inhumano? ¿qué marcará el límite entre dejar de ser un perfecto androide para convertirse en un imperfecto humano?
Y cuando eso ocurra (y con un guiño y mi admiración por Philip K.Dick)  ¿Soñarán los androides con ovejas eléctricas?


DUNE

"No conoceré el miedo.
El miedo mata la mente.
El miedo es el pequeño mal que conduce a la destrucción total.
Afrontaré mi miedo.
Permitiré que pase sobre mi y a través de mi.
Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino.
Allí por donde mi miedo haya pasado ya no quedará nada, sólo estaré yo." 

(Letanía Bene Gesserit contra el Miedo)


Lo importante

Evaluando la necesidad
de la esencia precisa de las cosas,
comprendo la exaltación de unas cuantas,
la espera de unos pocos.
Sonrío displicente pensando en los anhelos
que persiguen
los seres que aún no saben sopesar y
desconocen el peso real en la balanza
de una mano que sujeta,
de una sonrisa que ilumina,
de un abrazo que conforta,
de una voz que acaricia,
de una fresa dulce en tu boca,
de un recuerdo en cada poro,
de un café de madrugada,
del calor de una llamada.
NN.

lunes, 4 de abril de 2016

¡Me han regalado un cactus!



Estoy desolada, asustada, preocupada y temblorosa porque me han regalado un cactus.
El cactus es una planta maligna, artera,  traidora…¡terrible!   Su presencia ha marcado mi vida con el poso de la tragedia. Siempre. Sin parar. Sisisisis...
Tendría yo unos 6 o 7 años, estaba jugando en el jardín de mis padres. Un jardín pequeño pero con una gran variedad de plantas de todo tipo. Y entre ellas un cactus. Un cactus enorme, altísimo, con unas púas como dagas vizcaínas. Yo siempre lo evitaba, pero él a mí no. Sé que me estuvo esperando desde el primer día, desde el primer instante hasta el momento en que, jugando con mi hermano pequeño, la pelota pasó veloz por mi lado, fui a buscarla sin mirar muy bien hacia dónde, perdí pie y… sí. Él.
Lo siguiente que recuerdo de mis relaciones con ese engendro diabólico fue unos pocos años más tarde, dos o tres… mi abuela estaba de visita y se había empeñado en que fuésemos todos al campo, a un sitio que ella conocía donde además se podían coger higos chumbos. No sé si relatar el final de la historia, cuando servidora de ustedes y su prima se quedan medio enredadas entre chumberas y… ufff, trágico.
Ese día, ya con un poquito más de raciocinio y dándome cuenta que lo de los cactus y similares conmigo era pura inquina, decidí no acercarme nunca más a ellos a distancias menores de diez metros. Por si acaso. Los esquivaba por la calle o en los jardines de los desconocidos. Pero como dije antes, ellos siguieron pendientes de mí.
Àloe traidor

Tenía once años, doce quizá, no recuerdo exactamente. A esa edad yo era un genio de la bicicleta. Tenía una fantástica que me había comprado mi padre casi a medida y que servía tanto para un roto como para un descosido. Podía hacerme 10 o 15 kilómetros de un tirón sin enterarme y a la vuelta trepar de montículo en montículo sin pestañear. Era una buena bici.  Tan buena era la bicleta y tanto me confiaba yo en lo que sabía hacer que un día, una mañana inolvidable, haciendo equilibrios con mi bici sobre una especie de valla/rampa de piedra, perdí el equilibrio y caímos bici y yo, las dos, pero no del lado de la calle, sino del otro, como metro y pico  metros más abajo. Y me preguntaréis ¿qué había al otro lado?  Sí. Un jardín. Un jardín y en él una zona repleta de plantas carnosas tipo cactus, altísimas, como àloes gigantescos. Y ahí fueron a parar la que suscribe y su bici. Las dos. Una más herida que la otra, eso es cierto.
Pasó el tiempo, me fui haciendo mayor y mi fobia (¿fobia?)  hacia los cactus fue creciendo. Los veía por todas partes, me acechaban. Las mamás de mis amigas tenían cactus, la mamá de mi novio tenía una especie de invernadero llenito, de todos los tamaños, colores y olores, pero conseguí esquivarlos poco a poco. A todos.
A todos hasta que cumplí los 25,  mis padres habían decidido comprar otra casa, una casa bonita, con jardín, una piscinita… todo muy mono. Mi madre y yo firmamos un pacto de no agresión: ella no tendría cactus y yo soportaría estóicamente convivir con dos perros y un gato. Yo cumplí,  ella “casi” también.  Bueno, en realidad yo también “casi” porque en la expresión anterior sobra “estóicamente”. En fin, a lo que íbamos: había sido su santo y unas amigas le habían regalado un centro de plantas muy bonito, gigantesco. Y en ese centro, entre otras cosas, había un cactus redondito, con  las púas de color violeta, blanditas… eran como pelusa.  Mi madre  ocultó muy ladinamente el hecho y puso el cactus en una estantería de una especie de invernadero que tiene la casa donde está la lavadora y se plancha en invierno y que se abre totalmente en verano.  Justamente la misma estancia donde un día tendió cuidadosamente un blusón mío de punto, algo delicado para secarlo de otro modo. Abrió totalmente las ventanas correderas y ahí se quedó hasta que yo lo cogí para darle cuatro estirones y ponérmelo. Al cabo de hora y media mi jefa me llevaba de vuelta a mi casa con una erupción terrible y un ataque de histeria.  Con el viento, el blusón había ido rozando el cactus e impregnándose de la pelusilla ésa de color morado. Pelusilla que pinchaba y escocía  como la madre que la parió y que ahora se encontraba firmemente clavada en mis brazos, mi estómago, mi escote… Quitar todos esos pinchitos de mi piel fue épico. Y doloroso.
Otra vez un tiempo huyendo de esas…”cosas” y creyendo que me había librado ya de la maldición cuando hace un par de años, una de mis alumnas con la mejor de sus voluntades decidió regalarme un àloe vera. Que sí, que ya sabemos todos que tiene propiedades fantásticas, que un poco de su jugo sobre quemaduras, eccemas, etecé, etecé es mano de santo, pero joder, que no deja de ser un cactus. 
El caso es que la puse en el rincón más perdido del salón, el único espacio de mi casa donde tengo plantas a las que dejo morir apaciblemente porque el Señor no me llamó por los caminos de la jardinería. Ahí no había peligro de pincharme con la maldita planta porque no me acuerdo nunca de regar a sus compañeras y quien evita la tentación, evita el peligro.

Engendros con vida propia.

Pero noooo…no iban a dejarme en paz: tres o cuatro días más tarde llegué de noche a casa, venía de una cena con unas amigas y era tarde. No quise encender las luces para no despertar a nadie, sólo me acerqué a dejar el bolso y las llaves con intención de dar media vuelta y a la cama, y entonces: rraaaaaasssssss! el àloe vera me hizo un nuevo dibujo en mis pecosas pantorrillas. De leopardo pasé a tigre en un plis.
Nadie. Ni mi hija, ni su padre, ni la señora que viene a hacer la limpieza… nadie. Ninguno de ellos admite haber movido la puñetera planta de su sitio. Yo entonces no les creí, pero hoy…
Ayer me regalaron un cactus. Lo habría tirado de inmediato si no fuese que  para ello tengo que tocarlo y tiene púas de un centímetro  de largo. Son más largas las púas que la planta en sí.
Qué horror, qué espanto:  “nena, es que tú pasas toda la vida entre ordenadores y dicen que los cactus absorben las radiaciones” o no sé qué chorrada similar me contó el cómplice del cactus. El caso es que ni lo toqué… quedó en la mesa del salón, a unos 4 o 5 metros de donde yo  lo miraba con aprensión.
Yo fui la última en irse a la cama  y “eso” seguía allí, sobre la mesa, envuelto en celofán. Inofensivo aparentemente. En mi dormitorio me tranquilicé más.  Doce metros de pasillo me separaban de él y poco a poco me dormí plácidamente.
Esta mañana, dos minutos antes de la hora en que habitualmente suena mi despertador, me sobresaltó un dolor intenso, agudo… al abrir los ojos y mirar, vi que tenía una gotita de sangre en la mano. No supe qué había sido hasta que descubrí una púa de cactus sobre mis sábanas.
Ahora lo sé, ahora no hay duda.

domingo, 3 de abril de 2016

A quien corresponda...

A quien corresponda:
Aprovechando la plataforma pública que es un blog, quiero dejar claros una serie de puntos importantísimos y que afectan a mis correos electrónicos  con la esperanza de que dejen de enviarme tonterías de una puñetera vez y la media de correos recibidos no deseados baje del medio centenar diario. Gracias.
Enumero:
  1. NO necesito para nada una réplica de Rolex por muy barata que sea, ni siquiera un Rolex auténtico. De hecho sólo uso SWATCH que son delgaditos y no pesan nada, así que, señores, ahórrense llenarme el buzón con ofertas increíbles.
  2. TAMPOCO necesito un crédito preconcedido. Sí, sí, ya sé que es una cantidad nada desdeñable, ya sé que las condiciones son increíbles, ya sé que puedo pagarlo en cómodos plazos (y que si no lo hago, me romperán las piernas) pero NOOO!!
  3. Créanme que en estos precisos momentos no me es imprescindible el uso de la Viagra. Posiblemente en otros momentos tampoco. Me da igual el efecto inmediato, la duración de la erección y la potencia sexual que pueda derivarse de ella. Por mí pueden ustedes tomarse toda la que pretenden venderme a mí y convertirse en la versión erótica de Speedy González, pero NO me envíen más propaganda, leches!
  4. Les parecerá una casualidad, pero el mismo motivo que impide que necesite Viagra es el que hace innecesario el uso de un aparatito de tracción de esos para alargar el pene: NO TENGO (pene, me refiero). Ahórrenme la pérdida de tiempo de ir borrando todos y cada uno de los anuncios al respecto.
  5. No se lo van a creer pero, TAMPOCO quiero participar en casinos virtuales, ruletas cibernéticas o quinielas chateras. Yo le compro el cuponcito al mismo señor de siempre y doy por satisfecha mi ludopatía.
  6. Añado a la lista los increíbles apartamentos en Alicante, los fantásticos productos que harán de usted la mujer más deseada, los imprescindibles cursos de idiomas/informatica/enfermería/peluquería y estética, el maravilloso y más completo catálogo de juguetes eróticos y hasta las malditas recetas de Arguiñano, que no sé si alguna vez me las han ofrecido por correo, pero mejor que ni se acerquen. 
Madre mía, con la de portazos en las narices que he dado durante toda mi vida a Testigos de Jehova, vendedores de enciclopedias y aspiradores, expertos en seguridad del hogar, especialistas en educación infantil, asesores en telefonía e internet y NO tengo narices de quitarme de encima mis 30 o 40 correos basura diarios.
Y lo peor de todo es que sé positivamente que todo esto NO es casualidad, no se trata de mero azar que pone mi dirección de correo en el bombo junto a otros miles y me toca a mí. Si fuese así, me habría tocado la lotería o el cupón de la ONCE y no. Sólo lo otro.
En fin, ni Agencia de Protección de Datos, ni rezos al Espíritu Santo, ni acordarme de los muertos más frescos de los señores Gates y Zuckemberg, por citar a alguien.
Vaya aquí por delante el único derecho que aún me queda inviolado: el de pataleta.

Y en sueños

Cada noche tu imagen,
insistente siempre,
vigente en mi memoria,
persiste en las horas y en los días.
Tu cuerpo, idea tangible y fiel
que invade los recodos
y recorre los espacios que me quedan.
Te recuerdo así, quizá te siento,
intensamente cercano,
infinitamente mío
roce de mi alma y de mi piel.
Guía en mis viajes por tus sueños
espejo de mis deseos
que se hacen eco en tu voz,
al tacto que nace
de mis propios dedos.
NN.

Sucedió una noche

Eran ya pasadas las once y cuarto de la noche, acababa de salir de una reunión interminable y me dirigía a la calle buscando mi coche y sin tener demasiado claro dónde lo había aparcado la última vez. Como siempre.
Había llovido un poco, sólo las carrocerías estaban llenas de gotas, el calor había secado el suelo ya y el efecto era curioso. Daba la sensación de que la lluvia no se había decidido a caer del todo. Como si en el último momento, a medio metro del suelo hubiese cambiado de opinión.
La temperatura era fantástica, de verano,  y por primera vez en todo el día me sentí bien, casi tranquila, casi serena. Apenas me acordaba ya  del cansancio, del malestar, de la tristeza…
Decidí que casi me daba igual donde estaba mi coche. Ya lo encontraría, incluso me apetecía buscarlo tranquilamente, sin ninguna prisa, regodeandome en el silencio y en la luz de la luna llena que esa noche bañaba mi cielo azul.
Aunque  no solía hacerlo, y menos a esas horas, encendí un cigarrillo en un proceso más voluptuoso y placentero que necesario. Apenas fumaba en aquella época -ahora ya nada-  pero la noche se prestaba a esa relajación, a ese momento de laxitud.
Mi coche, ahí estaba.   Azul oscuro, azul noche. Lleno de gotitas que jugaban con el reflejo de la luna. 
Girar de la llave, contacto, automáticamente se conecta el equipo de música y Fito me cuenta y me canta. Dice -sí, lo sigue diciendo hoy- que está bien en su nube azul. Lo cierto es que yo también me sentía en una nube azul, pero ni siquiera a él le iba a  permitir quebrar la tranquilidad y el silencio de la noche. Apagué el lector de Cd’s y bajé las ventanillas haciéndome cómplice de la leve brisa que olía levemente a mar.
El camino hacia mi casa no es excesivamente largo, pero di un rodeo para disfrutar la sensación de conducir por la ciudad casi vacía, mía. Sólo mía.
Siempre he adorado conducir por ciudad, incluso en momentos de gran tráfico, no es algo que me ponga nerviosa, al contrario, me da tiempo a pensar, escucho música, canto. Disfruto recorriendo calles, mirando a la gente, contemplando los edificios, las señoras con los carritos de la compra, los niños cargados con sus enormes mochilas, las mamás empujando los cochecitos de bebés.
Y de noche… de noche me gusta aún más. Y ésa especialmente.
Recordaba vagamente que cuando llegase a casa debía redactar un par de correos de cierta urgencia, pero no pensaba en ellos más que como conceptos lejanos.  La noche no merecía ese tipo de  infidelidad.
Ya casi había llegado. No vivo en una calle, vivo en una placita no demasiado grande, con árboles  y con poco aparcamiento en la zona. Secretamente casi deseé no encontrar estacionamiento para tener excusa y seguir  dando vueltas a la manzana o al barrio; Pero sí, justo delante de mi edificio había un espacio. 
Salí del coche y antes de entrar en el portal me senté un par de minutos en uno de los bancos que, curiosamente, tampoco estaba mojado. ¿Cómo lo habría hecho la lluvia? ¿dónde estaba el truco?  
Sonriendo, le hice un guiño a la luna y le deseé buenas noches.
Entonces sí, cerré el portal y la noche se quedó fuera. Serena, cálida, silenciosa…
No sé qué sucedió al día siguiente, no lo recuerdo. Tampoco sé qué pasará mañana. No sé si algo cambió en ese momento o qué va a cambiar mañana en mi vida pero sé, sin ninguna duda, que  pagaría porque todas mis noches fuesen como aquella.

viernes, 1 de abril de 2016

Midiendo el tiempo

Y si el tiempo fuese
como el mejor amante
y jugase al ritmo que queremos
deshaciendo, fugaz, los minutos de ausencia,
las horas de distancia,
resbalando mientras nos amamos
con cadencia de lluvia en los cristales.
Sería como los cuentos de la infancia
leídos a la cabecera cada noche
y con la duración determinada
por el ritmo de nuestro parpadeo.
Si el tiempo no luchase
siempre en el otro bando
y nos diese una tregua en la batalla
deteniendo los granos de arena,
las agujas de plata, los pulsos del cristal,
acelerando su paso si te busco
para igualarse con mi anhelo.
El día moriría pensándote
y en la certeza de tu vuelta me acomodaría
como en la arena tibia
cuando espero que lleguen las olas.

NN.