domingo, 27 de marzo de 2016

Momentos y lugares


Dice Fito “Fitipaldi” Cabrales que “No hay mejor lugar que entre las nubes de tu pelo” y seguramente es verdad.
Tengo que dar la razón a Einstein en cuanto a la relatividad de tiempo y espacio, sobre todo cuando entran factores tan íntimos como son los sentimientos, las percepciones, las vibraciones.
¿Cuál puede ser un buen lugar, un buen momento? Cada uno de nosotros guarda en los resquicios de su memoria muchos de esos instantes. A veces, en el momento en que suceden no se les da la importancia que tienen en realidad, pero luego la distancia los va revistiendo de una pátina dulce, agridulce incluso. Y se perciben detalles que en su momento no llamaron nuestra atención, pero que ahora nos sirven como el hilo de Ariadna, para tirar de ellos y lograr el cuadro completo de “aquella vez”. Unas veces es un sonido, una música, un olor, incluso una sensación táctil. Otras, el simple divagar por las fronteras del tiempo en una conversación sin mayor relevancia. Momentos, lugares…recuerdos en fin.
De pequeña, los domingos de invierno por la mañana, nadie tenía prisa en casa y nadie me regañaba si me hacía un poco la remolona en la cama, normalmente para seguir leyendo lo que había dejado a medias la noche antes. Se oía de lejos, al fondo del pasillo, a mi madre trasteando por la casa y cantando; siempre canta y su voz forma parte de la banda sonora de mi vida. Me gustaba acurrucarme entre las sábanas y mantas, sacando sólo la nariz y los ojos lo justo para poder seguir el libro, pero ocurría que siempre, absolutamente siempre me quedaba prendida de los rayos de sol que entraban por las rendijas de la persiana, ésos que recogen todas y cada una de las motas de polvo del ambiente y las convierten en polvos de hada, brillantes, luminosos, en un haz continuo que yo me empeñaba en cortar interponiendo mi mano abierta y viendo como se descomponía en varios más. No había mejor lugar en el mundo en esos momentos, ni mejores momentos en el día en ese mismo lugar.
Cierro un segundo los ojos y huele a mar, tiene su mérito por que estoy sentada en mi estudio, en casa, a unos 15 Km. de la costa, pero es otro de los artificios de la memoria para llevarme a otro “mejor lugar del mundo”. Y éste sí, éste lo ha sido durante años: mi refugio, mi rincón, aunque público y al aire libre. 
Es un pequeño faro, una baliza al final del espigón del puerto de la población donde he pasado casi todos los veranos de mi vida . Allí el olor a mar, a sal, a yodo es fortísimo. Sentada frente al mar, dando la espalda al mundo, el viento azota la cara y las olas salpican con fuerza al golpear las rocas del rompeolas.
Iba allí con cualquier excusa, a descansar tras un paseo en bicicleta, o acompañaba a mi padre en sus largas tardes de pesca o luego, de adolescente me escondía del mundo y leía durante horas, hasta que ya no había luz casi, hasta que parecía parte del paisaje, un apéndice de las rocas.
Aún voy a mi faro, aún me siento en las rocas y miro el mar durante horas, y no hay mejor lugar que ése, en ningún otro las percepciones son tan fuertes, los sentidos están tan vivos. Huele el mar, suena el viento, las olas te humedecen, todo vibra.
Parece que no pueda haber mejores sitios que ésos, ni mejores momentos que los que he vivido en la cama, de niña, en mi faro de adolescente.
Pero sí, sí los hay y son infinitos y están a flor de piel casi: no hay mejor lugar que un pecho sobre el que recostarse y respirar al compás tras la fatiga de los cuerpos, cuando se quiere detener el tiempo y sólo se desea seguir así eternamente, respirando el mismo aire cálido, de los mismos labios que aún queman.
No hay mejor momento que cuando se comparte con un hijo esa intimidad en la que el resto del mundo queda fuera y que lo que importa está formado sólo por ese ser que huele dulce, que se mueve indefenso entre los brazos, que abre unos ojos enormes y confiados, que es parte nuestra de modo inequívoco. Ese círculo cerrado que forman madre e hijo en el que uno depende de otro y viceversa, se alimentan mutuamente, viven de y por.
Cada uno de nosotros tiene sus momentos, sus lugares, docenas de ellos y me parece un sano ejercicio abrir por un momento el baúl y sacarlos a la luz, sonreírles, vivirlos de nuevo o vivirlos por primera vez. Buscar ese mejor lugar.
Por eso no me extraña que Fito desee quedarse “en las nubes de tu pelo”.
NN.

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