domingo, 27 de marzo de 2016

Hoy me falta un trocito

Ara fa 10 anys que va tancar la Llibrería Lara iaixò ho vaig escriure en aquell moment.
Encara l'enyoro, sí.


Esta mañana he salido con la intención de comprar un libro de poemas que pensaba regalar. Me he dirigido a mi librería de siempre , pero las  las persianas estaban bajadas. Como eso mismo ya lo viese hace quince días y  me parece mucho tiempo de vacaciones para un negocio he ido a preguntar a las tiendas de alrededor. Ya no son las que habían antes, cuyos dueños las llevaban desde hacía años y que conocían todos los cotilleos del barrio, ahora hay establecimientos de marcas, de ésos en que la arruga es bella o que llevan ositos en su logo. En esas tiendas nadie conoce ya al de la tienda de al lado y me ha costado un ratito averiguar que mi librería no estaba cerrada por vacaciones. Mi librería está simplemente CERRADA. Para siempre.
No recuerdo cuantos años hace que la visito, que paseo por ella. Puede que treinta, no estoy segura. Está (estaba) en el corazón de mi ciudad y un poco alejada de mi casa, pero así y todo yo siempre iba allí. De niña por que mi colegio estaba en esa zona y allí tenían todos los cómics que me gustaban; luego, de más mayor, allí compraba las revistas de música, los libros que me obligaban a leer en el instituto y los que elegía yo. Allí compré mi primera “Colmena”, mi primer “Señor de los Anillos”, mis primeros Mosqueteros,  allí conocí a Neruda y a Baudelaire,  y allí empecé, poco a poco a pasar mucho tiempo.
Me gustaba esa tienda. No era la más grande, ni la más surtida quizá. Hay otras librerías , pero allí me conocían, allí sabían dejarme tranquila, dejar que me quedase durante mucho tiempo con la cabeza levantada intentando leer los títulos de los libros de las estanterías de arriba, repasándolos todos, a veces de puntillas por que no llegaba , esperando que algún libro me “llamase”, queriendo ver.  Siempre he creído que nosotros no elegimos los libros que leemos, sino que son ellos quienes nos llaman. Es cierto que  a menudo se lleva una idea concreta, pero no suele ser mi caso, quizá por que disfruto con los descubrimientos.
Y allí,  aquellas estanterías antiguas, tras aquellas puertas y escaparates de madera verde, antiguos, entrañables, estaban llenas de libros que esperaban que pasase por delante, que los mirase, que les preguntase uno por uno , y cuando alguno de ellos me llamaba, lo cogía, lo abría con cuidado y casi, casi lo acariciaba. Y a veces lo volvía a dejar en su sitio, insegura…y seguía mirando otros , y regresaba a él. Y nadie, nadie me decía nada…al revés, descubría en la mirada de la librera un leve gesto de complicidad. Y sólo a veces, muy pocas veces, se atrevía a recomendarme otra cosa, sabiendo que acertaría.  Ella sabía perfectamente qué me gustaba , qué libros podrían querer ser míos y cuáles querría yo llevarme a casa. Y si en alguna ocasión –a menudo, la verdad- mi familia o amigos decidían regalarme letras, sabían que allí encontrarían consejo y acierto.
Ahora supongo que en aquella esquina cualquier día aparecerá un escaparate modernísimo y de diseño , alguna marca hiperconocida asentará ahí su franquicia de diseño y se llenará de clientela de diseño atendida por dependientas de diseño. Todo muy bonito, y muy frío. Y muy de diseño también.
¿Y saben lo que más me apena? Que mi niña no tendrá una librería como ésa. La había acostumbrado ya a acompañarme a mi librería, le gustaba.. Los domingos de invierno era un paseo precioso, íbamos hasta allí por la mañana, mientras yo miraba libros, elegía revistas, hojeaba poemas y  tomaba nota mental de los que iban a pasar a formar parte de mi lista de espera, ella se sentaba en el suelo, en la zona infantil , en silencio , sin alborotar, casi con reverencia. Y despacio los cogía y miraba uno por uno hasta que un libro, un cuento la llamaba también a ella. A veces salíamos de allí sin nada, otras veces cargadas de revistas de informática (cada loco con su tema) y un cuento de Les Tres Bessones, en otras ocasiones un libro/regalo para alguien, elegido cuidadosamente. Luego nos íbamos a tomar algo a alguna terraza y volvíamos a hojear varias veces nuestros tesoros, como viejos avaros de cuento de Dickens.
Yo reconozco que compro libros en mil sitios más, desde el Corte hasta las librerías de Internet pasando, claro está, por el resto de tiendas de mi ciudad , pero tengo –tenía- mi lugar de siempre , donde la finalidad no era únicamente comprar, donde había una Sra. Carmen que me conocía, donde  la luz era exacta, donde no había hilos musicales ni avisos por altavoz, donde El Lobo Estepario es algo más que un código de barras. Yo lo he tenido y lo recordaré siempre, pero mi niña lo olvidará antes de haber  llegado a tenerlo, a hacer suyo un espacio así como lo hice yo. Y creo que también le faltará un trocito a su vida.
NN.

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