domingo, 3 de agosto de 2014

Detonantes

Todas las decisiones que tomamos, todas las acciones que emprendemos, todos los momentos que nos obligamos a vivir necesitan de un detonante. Solemos achacarlo todo a un cúmulo de oportunidades, posibilidades, aciertos o errores, pero en realidad sólo hay una cosa, un único instante en el que tomamos la decisión precisa. Cuando eso sucede ya no hay marcha atrás. Ya no hay posibilidad de cambio en la trayectoria porque hemos alcanzado el famoso punto de no retorno: ese lugar exacto en el camino en el que, tras elegir entre los distintos desvíos, sortear obstáculos y acatar prohibiciones, se convierte en una línea recta, cuesta abajo.
Es sencillo: ni siquiera es necesario ya dar gas, simplemente con mantener el pie en el acelerador sin presión, sin frenar…
Solemos fingir, además, que nos sorprende haber llegado a ese punto, pero no deja de ser una elección consciente. Más consciente que elección.
En la mayor parte de las ocasiones habríamos elegido otro rumbo, habríamos querido poder tomar otra dirección al llegar a la encrucijada, pero una vez en la ruta, sabemos ya dónde iremos a parar. Lo que nos sorprende no es el detonante, sino el momento en que llega, o de qué modo lo hace.
Decía Jardiel Poncela "Cuando tiene que decidir el corazón es mejor que decida la cabeza"  es posible que se refiriese a que el corazón a menudo es incapaz de percibir la cercanía del momento o la oportunidad o la conveniencia. El corazón no es apto para interpretar las señales; el cerebro, sin embargo, sabe en qué momento se ha repartido la última carta del juego y qué mano tiene cada jugador.

Y sabe que debe jugar.
Y cuando.
Y de qué modo.
Y las consecuencias de ganar o perder esa mano con esa última carta que ha aparecido y que decide el final del juego.
Con esa última carta que puede presentarse de mil formas distintas: una llamada o un silencio, una sonrisa o una lágrima, una presencia o una ausencia, un enfado o una alegría, una conversación serena o el simple comentario que confirma lo que uno temía.

Y con esa última carta, se juega.

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